Fue la primera médica de México y debió sortear innumerables obstáculos para lograrlo. Reseñamos aquí algunas de sus luchas y también su compromiso indeclinable con sus congéneres menos favorecidas.
«Tal es la heroína que, siguiendo la prosecución de un sueño ridículo para unos, imposible para otros, y reprobado para los demás, ha abierto á la mujer mexicana el camino de la ciencia, marchando por entre infinitas penas producidas por la calumnia (…) tal es la noble alma que á fuerza de honradez y de constancia ha logrado vencer á la envidia y dominar á la ciencia; tal es, en fin, la primera doctora mexicana».
Wright de Kleinhan, Laureana. Biografía de Matilde Montoya, 1910. Se reproduce ortografía original.
«Cuán perversa debe ser esta mujer como para ser capaz de querer estudiar medicina con tal de ver hombres desnudos».
Periódico El Amigo de la Verdad, Puebla,1881.
Matilde Petra Montoya Lafragua nació en la Ciudad de México el 14 de marzo de 1857, hija de Soledad Lafragua, quien iba a tener una influencia decisiva en los destinos de Matilde, y de José María Montoya, que murió cuando su hija era una adolescente.
La niñez de Matilde fue marcada por convulsos períodos de guerras civiles en México. En ese inestable contexto sociopolítico estudió educación elemental, equivalente a los tres primeros años de primaria, y luego cursó la educación superior, correspondiente los tres siguientes años escolares. A los 11 años pretendió inscribirse en la Escuela Primaria Superior, un equipolente a la escuela secundaria, pero no lo logró debido a su corta edad. Su familia, entonces, le costeó estudios particulares que le permitieron terminar la preparación. Así fue que a los 13 años rindió el examen oficial para maestra de primaria; lo aprobó sin dificultad, pero su edad fue otra vez un impedimento para que pudiese ejercer.
“A los 14 años, demostrando su habilidad y determinación, Matilde presentó una fe de bautismo en la que se modificaba su nombre y fecha de nacimiento por Tiburcia Valeriana Montoya Lafragua, quien había nacido el 16 de abril de 1852, para acceder a la Escuela Nacional de Medicina”, como se destaca en la página oficial de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de México, para dar cuenta de la tentativa fraudulenta de Matilde con el fin de burlar la condición limitante de su edad. Fue su primer intento de ingresar a la Escuela Nacional de Medicina.
A la muerte de su padre, Matilde se matriculó en la carrera de Obstetricia y Partera, que dependía de la Escuela Nacional de Medicina, aunque se vio obligada a abandonar debido a las acuciantes dificultades económicas que atravesaba. Se inscribió entonces en un ámbito de menor prestigio: la Escuela de Parteras y Obstetras de la Casa de Maternidad, institución dedicada a atender ´partos ocultos´, eufemismo para referir a partos de madres solteras y embarazos ´vergonzantes´. La formación implicaba dos años de estudios teóricos, un examen frente a cinco sinodales y la práctica durante un año en la Casa de Maternidad.
A los 16 años, Matilde recibió el título de Partera y se estableció a trabajar en Puebla con un éxito rotundo: era una mujer ´empática´ que atendía celosamente y comprendía a las mujeres. Al mismo tiempo, comenzó a trabajar como auxiliar de cirugía con los doctores Luis Muñoz y Manuel Soriano, eso le daría un ´plus´ a su ejercicio profesional que le devengaría una numerosa clientela de mujeres que se beneficiaban con su amable trato y sus conocimientos de medicina, más avanzados que los de las otras parteras y, aun mayores que la ´expertise´ detentada por los afamados médicos locales.
No faltó demasiado para que algunos médicos, afectados en sus intereses, orquestaran una campaña de difamación en su contra en varios periódicos locales. Así es que fueron publicados violentos artículos en los que conminaban a no solicitar los servicios de esa mujer poco confiable, “masona y protestante”. La presión fue muy grande y a Matilde se le hizo insostenible seguir trabajando en esas condiciones, por lo que se trasladó temporariamente a Veracruz.
Decidida a dar lucha, regresó a Puebla, esta vez para solicitar su inscripción en la Escuela de Medicina de Puebla, donde fue aceptada en una ceremonia pública a la que asistieron el Gobernador del Estado, todos los Abogados del Poder Judicial, numerosas maestras y muchas damas de la sociedad que le mostraban así su apoyo. Sin embargo, los sectores más radicales y las elites conservadoras redoblaron sus ataques, publicando un artículo encabezado con la frase: “Impúdica y peligrosa mujer pretende convertirse en médica”.
AQUÍ DICE ALUMNOS… ¡NO ALUMNAS!
Agobiada por las críticas, decidió regresar con su madre a la Ciudad de México y, por segunda vez, solicitó su inscripción en la Escuela Nacional de Medicina (recuérdese que la anterior fue con una fe de bautismo ´trucha´); ahora sí fue aceptada por el entonces Director, el doctor Francisco Ortega en 1882, cuando ella tenía 24 años.
Pero no fue un simple trámite… Cuando su camino se vio tronchado, porque los reglamentos decían “alumnos” y no “alumnas”, para rendir las asignaturas correspondientes al Bachillerato, condición inexorable en el ingreso a la carrera de Medicina, Matilde le escribió una carta al presidente de México, Porfirio Díaz*. Él intercedió, emitió un decreto que la habilitaba, y entonces les fueron tomados los correspondientes exámenes. Spoiled alert: cuando Matilde egresó como médica se le endilgaba que se ´recibió por decreto de Porfirio¨, pero nada más lejos de la realidad.
Lo vivido por Matilde permite desvelar la no-neutralidad del ´masculino genérico´, algo que se debate y critica fuertemente incluso hoy, en 2024. Para la Real Academia Española, el masculino plural puede funcionar como “género no marcado” inclusivo; es decir, si no se especifica, sirve para el masculino y el femenino. Hasta ahí, todo bien; pero, usado con (mala) voluntad genera estos problemitas, porque excluye, como le ocurrió a Matilde en México a fines del siglo XIX: “Aquí dice ´alumnos´, no dice ´alumnas´. Cuando, luego de superar esas instancias académicas, logró el ingreso efectivo a Medicina, las publicaciones feministas y un amplio sector de la prensa la apoyaban, pero no faltaban quienes opinaban que “debía ser perversa la mujer que quiere estudiar Medicina, para ver cadáveres de hombres desnudos”. En la Escuela Nacional de Medicina no faltaron las críticas, burlas y protestas debido a su presencia como única alumna.
A favor de Matilde, en el sorteo de los obstáculos que debió vencer, algunos seres sensibles colaboraron. Así, por ejemplo, un administrador de la Escuela Nacional Preparatoria, de nombre Jesús Durán, remitió una nota el 12 de octubre de 1885 al Ministro de Justicia e Instrucción Pública para advertirlo sobre las dificultades que Matilde estaba atravesando, “por causa de su sexo” (sic).
Para entonces ya el secretario de Justicia e Instrucción Pública, José Baranda, había tomado a su cargo el protectorado de Matilde. Podemos leer en una carta que ella le escribió a Baranda el 10 de octubre de 1885:
¡Ah, señor! ¡Cuántas veces lamenté que estuviera lejos mi bondadoso protector! ¡Usted que comprendiendo mi insuficiencia para luchar sola con todos los obstáculos que me ponen se ha dignado interesarse por mi carrera y me ha evitado no pocas dificultades!
Dos luchas bravas debió orillar Matilde: por un lado, las dificultades económicas para sustentar sus estudios, y por otro, el acoso de la mayoría de sus profesores y compañeros varones. Pero, la mayoría no son todos… como veremos más adelante.
Respecto del primero de los asuntos, leemos los constantes pedidos de ayuda económica que realizó Matilde y que se conservan en el Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el fondo Universidad, Sección: Expedientes de alumnos. Por citar un ejemplo: en 1885 solicitó y recibió $49.50 para adquirir libros y un pequeño estuche de cirugía (AHUNAM, Ag expediente 10.726).
Pero, quizá, la solicitud más conmovedora de Matilde es una rogatoria anterior, donde esclarece que ni siquiera tenía el dinero suficiente para pagar el timbre requerido (¡y le puso una ´estampilla´ de valor muchísimo menor!). Transcribimos**:
Pido se me proporcionen treinta pesos para comprar los libros correspondientes al tercer año de Medicina.
C. Srio de Justicia e Ynstrucción Pública.
Matilde P. Montoya ante usted respetuosamente pone en su convencimiento haber sustentado los exámenes de las materias correspondientes al segundo año de Medicina que son: Patología Externa, Patología Ynterna y Fisiología, siendo aprobada por unanimidad, con las calificaciones de tres M. B. en Patología Ynterna, un P. B. y dos M B. en Patología Externa, dos P B. y una M B en Fisiología. Teniendo que cursar tercer año y careciendo de treinta pesos importe de los libros para dicho curso.
A Ud pido se sirva proporcionarme la mencionada cantidad. En lo que recibiré gracia y justicia.
México, Nobre 12 de 1883.
Matilde P. Montoya
Ruega a Ud se digne aceptar esta solicitud con timbre
de cinco centavos por carecer de recursos para usarlo de cincuenta.
Con referencia al segundo de los asuntos: el acoso permanente de parte de sus profesores y compañeros varones, vale traer a cuenta lo ya dicho respecto de la decidida actuación de su madre. Acudimos aquí a la biografía que escribió (en vida de Matilde) la literata, periodista feminista y luchadora por los derechos de las mujeres, Laureana Wrigth.
Laureana cuenta que Matilde tuvo el reto de demostrar “que la virtud no está reñida con la ciencia”. Para ello, Soledad Lafragua viuda de Montoya acompañaba a su hija y la esperaba en los corredores para evitar habladurías y la exposición a los peligros que acechaban.
ESO DE ANDAR VIENDO CADÁVERES DE HOMBRES DESNUDOS…
Para garantizar ´el pudor´, las autoridades de la Escuela de Medicina ordenaban que los cadáveres de varones fueran ´convenientemente cubiertos´. Cuando el dictado de la asignatura demandara que los cadáveres estuviesen descubiertos había dos opciones: o bien, Matilde faltaba a esa clase, o bien ella esperaba a que se retirasen todos para encerrarse sola en el anfiteatro y poder, así, realizar sus estudios. Los ´Montoyos´ desempeñaban aquí un papel fundamental, eran sus compañeros varones ´progres´, defensores de los derechos de las mujeres, quienes le avisaban cómo venía la mano. Se cuenta que también un profesor, el doctor Francisco Montes de Oca, le abría el anfiteatro en la madrugada para que diseccionara cadáveres, sin miradas indiscretas.
Y LO LOGRÓ
Matilde se convirtió, finalmente, en la primera mujer médica de México.
Pero hay más capítulos para esta novela. Cuenta la leyenda que el día que rendía, el 24 de agosto de 1887, habían decidido despreciarla asignándole un aula cualquiera de la Universidad, y no la pomposa que marcaba la tradición: el Salón Solemne de Exámenes Profesionales… hasta que los organizadores se enteraron de que el presidente Porfirio Díaz, con su esposa Carmelita y una nutrida comitiva de notables venía a pie desde el Palacio presidencial a presenciar el primero de los dos exámenes… ¡Ay, las corridas…!
“El examen profesional (al que asistió el Presidente de México) tuvo duración de dos horas. Matilde Montoya contestó correctamente a todas las preguntas que se le hicieron y fue aprobada por unanimidad. Al día siguiente, 25 de agosto, Matilde realizó su examen práctico en el Hospital de San Andrés y en representación del Presidente, asistieron su Secretario Particular y el Ministro de Gobernación. Después de recorrer las salas de pacientes, contestando las preguntas relacionadas con distintos casos, la examinada pasó al anfiteatro, donde realizó en un cadáver las disecciones que le pidieron, por lo que fue aprobada por unanimidad. El Ministro de Gobernación leyó un discurso elogiando a la Licenciada en Medicina y Cirugía Matilde Montoya”, relatan el académico doctor Raúl Carrillo-Esper y colaboradoras.
El 27 de agosto de 1887, el diario La Patria cronicó el examen de Matilde, la asistencia de funcionarios notables, incluido el presidente Porfirio Díaz; reseñó también que, una vez dado el veredicto, Matilde recibió un prolongado aplauso del numeroso público que se apiñaba en los corredores de la Escuela Nacional de Medicina y que la ocasión mereció una corrida de toros en honor a la flamante médica.
CHICAS DE TEMER
Además de su ejercicio profesional, Matilde encaró otras acciones en favor de las mujeres desfavorecidas. Hacia 1891, con Laureana Wrigth y su madre, Soledad Lafragua de Montoya, fundaron la escuela-asilo para obreras El Obrador: Luz y Trabajo.
Como relata la doctora en Historia María de Lourdes Alvarado: “El objetivo inicial fue apoyar a las obreras para que pudieran dejar a sus hijos durante la jornada laboral. Es decir, adelantándose notablemente a su tiempo, las tres mujeres se esforzaron por echar a andar una especie de guardería para madres trabajadoras. Simultáneamente, se impartirían lecciones de oficios prácticos, como corte de vestidos y ropa blanca, tejido y otras labores semejantes, con lo que las mujeres desvalidas encontrarían ´un nuevo recurso en sus afanes, una ayuda en sus tareas, y un elemento más de educación´”.
Matilde mantuvo un consultorio privado en Mixcoac, barrio donde vivía, y uno gratuito en Santa María la Ribera, siguiendo el ejemplo de su madre, quien le enseñó a ver la Medicina como un sacerdocio y no como un medio para lucrar. Su dedicación a sus pacientes se mantuvo hasta los 73 años, cuando se retiró debido a problemas de salud, como señala la página de la UNAM donde se le rinde tributo.
Matilde Petra Montoya Lafragua murió en la Ciudad de México el 26 de enero de 1939, a los 82 años.
Amalia Beatriz Dellamea. Centro de Divulgación Científica y Equipo de Gestión editorial de Farmacia y Bioquímica en foco – Facultad de Farmacia y Bioquímica, Universidad de Buenos Aires
Notas
* La educación de las mujeres fue un elemento que empezó a tener mayor atención durante el Porfiriato, inclusive se llegó a fundar la Escuela Normal de Maestras, que, desde sus inicios, tuvo más impacto que la de Maestros. Esta mayor apertura a la educación, aunque iba dirigida a educar de manera específica al “sexo débil”, generó diversos cambios sociales con respecto a las relaciones entre géneros y a los papeles que debían seguir; los cuales, aunque paulatinos, generaron cierta incomodidad en la élite política (Tomado de Mansuy Navarro, Celeste. Matilde Montoya: fuentes para el análisis de la educación de la mujer mexicana finisecular. Signos históricos. Vol.18 no.36 México jul./dic. 2016).
Porfirio Díaz fue presidente de la República de México de 1877 a 1880 y luego, sin interrupción, de 1884 a 1911. Se trata de una figura política y un régimen controvertidos, en especial por su corte autoritario. Aun hoy, el ´Porfiriato´ merece atención preponderante entre los investigadores en historiografía mexicana.
**Nos ceñimos aquí al análisis y la curaduría de fuentes de: Mansuy Navarro, Celeste, op. cit.
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Bibliografía
Alvarado, María de Lourdes. La educación “superior ” femenina en el México del siglo XIX. Demanda social y reto gubernamental. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Estudios sobre la Universidad, Plaza Valdés, 2004.
Cano, Gabriela. Género y construcción cultural de las profesiones en el porfiriato: magisterio, medicina, jurisprudencia y odontología. Historia y Grafía, UIA, Núm, 14, 2000, pp. 207-243
Carrillo-Esper, Raúl; de la Torre-León, Teresa; Espinoza-de los Monteros, Isis; Carrillo-Córdova, Dulce María. Matilde Petra Montoya Lafragua. Breve historia de una mexicana ejemplar. Artículo de revisión. Revista Mexicana de Anestesiología. Vol. 38. No. 3 Julio-Septiembre 2015, pp. 161-165.
Comisión Nacional de los Derechos Humanos. México. Matilde Montoya Lagrafua. Primera médica mexicana. https://www.cndh.org.mx/noticia/matilde-montoya-lafragua-primera-medica-…
Mora Campuzano, Miriam. Matilde Montoya: pionera de la igualdad médica. Asesora: Érika Hernández Sánchez. Coapan. Revista de Literatura y otras Reflexiones, Núm. 10, pp.. 66-75. https://issuu.com/revistacoapanliteratura/docs/coapan_10/66
Wrigth de Kleinhans, Leonora. Mujeres notables mexicanas (Primera edición, Secretaría de Instrucción Pública y Bellas artes, 1910). Ediciones Corte y Confección. Ciudad de México, 2020, pp. 370-6.