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Se estima que una de cada 10 personas tiene algún grado de tripanofobia, es decir miedo irracional a las agujas. Cobran, entonces, mucha importancia otras formas de administración. Ahora bien, estas tienen que ser igual de eficientes y seguras que sus primas perforadoras. Investigadores de todo el mundo trabajan en el desarrollo de vacunas transcutáneas. En el Laboratorio de Inmunología Básica, Aplicada y Patológica se trabaja para generar una de esas vacunas contra el virus SARS-CoV-2, con aplicación sobre la piel sana.

INFECCIONES E INYECCIONES

Las enfermedades infecciosas han sido un flagelo para la humanidad. Grandes epidemias provocaron la muerte de millones de personas alrededor del mundo en distintas épocas. Pero hay avances claros para combatirlas, como la potabilización del agua y las vacunas. Y si pensamos en vacunas, inmediatamente se forma en la mente la imagen de la jeringa coronada por la aguja que se mete en nuestra carne.

Pero ¿cuándo fue que al ser humano se le ocurrió introducirse sustancias en el cuerpo? Las jeringas se vienen usando desde hace nada menos que 20 siglos. Al principio, la idea surgió en la mente del famoso médico griego Galeno y del erudito romano Aulus Cornelius Celsus, al observar los dientes huecos que tienen las serpientes y usan para inyectar veneno en sus víctimas. De esta forma, pensaron que también se podían inyectar sustancias curativas en lugar de los venenos. Inspirado en ellos, y 800 años después, en Egipto se utilizaban pequeños tubos para extraer las cataratas de los ojos de las personas.

Si pensamos en vacunas, inmediatamente se forma en la mente la imagen de la jeringa coronada por la aguja. Las jeringas se vienen usando desde hace nada menos que 20 siglos.

Las jeringas primitivas, cuando no existían tubos de metal ni de vidrio (y mucho menos de plástico), capaces de cumplir esa función de inyectar o extraer fluidos estaban hechas con lo que la naturaleza ofrecía: huesos largos de animales pequeños, colmillos de serpientes o incluso algún junco con su característica forma de tubo hueco. Justamente por las cañas las jeringas reciben ese nombre, y por una historia de la antigua Grecia: el mito de Siringa y Pan. Siringa, una hermosa ninfa, era perseguida por Pan, un semidiós con mitad del cuerpo de cabra y mitad humana (1). Al verla huir desesperada, otras ninfas la ayudaron convirtiéndola en cañas al borde del río Ladón, para evitar que Pan la encontrara. Este cortó las cañas y las sopló, oyendo el sonido dulce y algo melancólico que surgió, y desde entonces llevó su típico instrumento hecho con cañas de distinta longitud que tanto lo caracteriza.

Desde el mito de Siringa y Pan, y el uso de pequeños huesos para inyectar medicamentos dentro del cuerpo, la medicina avanzó mucho. Cerca del Siglo XVI se empezaron a crear distintos instrumentos ahora con émbolos para empujar las medicinas dentro del cuerpo, pero no fue hasta 1857 qué se inventó el complemento ideal de las jeringas: ¡las agujas! Imagínense cómo se hacía antes de este invento para inyectar las cosas con jeringas dentro del cuerpo. Sin agujas, era necesario practicar incisiones en la piel por las cuales introducir las jeringas para administrar las distintas sustancias (2). Por suerte, desde el siglo XIX existen (y se perfeccionaron) las agujas, que facilitan muchísimo la tarea de administrar distintas preparaciones dentro del cuerpo. Y dentro de estas preparaciones están las vacunas, que como se dijo al principio nos salvaron de sufrir grandes bajas en la población.

Aunque a muchas personas vacunarse les parezca un evento trivial, a otras les causa pavor, un miedo incontrolable que puede llevar a situaciones estresantes. Cobran, entonces, mucha importancia otras formas de administrar vacunas, sin jeringas y sin agujas. Pero tienen que ser igual de eficientes y seguras.

Las vacunas son administradas desde el momento mismo en el que nacemos. Nuestro Calendario Nacional de Vacunación, uno de los más completos del mundo, incluye una gran variedad de tipos de vacunas para prevenir enfermedades causadas por virus, toxinas, bacterias e incluso para prevenir infecciones que pueden derivar en cáncer. Esta gran variedad de vacunas fabricadas a partir de fragmentos de patógenos, o bien de los propios patógenos muertos o inactivados, son en nuestro calendario un total de 15 vacunas (3). Algunas para enfermedades distribuidas mundialmente como el sarampión y otras para prevenir enfermedades que solo se encuentran en nuestro país, como la fiebre hemorrágica argentina.

Esa gran variedad de vacunas tiene necesariamente algo en común: todas son introducidas en nuestro cuerpo utilizando jeringas y agujas. Y es ahí donde surge un problema importante: el miedo o la fobia a las agujas. Porque, aunque a muchas personas el acto de vacunarse les parezca un evento trivial, a otras les causa pavor. Realmente un miedo incontrolable y que puede llevar a situaciones de muchísimo estrés. El miedo a las agujas se denomina tripanofobia y es un problema bastante común. Se estima que una de cada 10 personas tiene algún grado de tripanofobia. Claramente, algunas harán el esfuerzo por superarlo y recibir la protección que les dan las vacunas; sin embargo, otras deciden evitar la protección de las vacunas con tal de no pasar por el pinchazo.

ATRAVESAR LA PIEL SIN ROMPERLA

En esta situación empiezan a cobrar mucha importancia otras formas de administrar vacunas. Estas formas tienen que ser igual de eficientes y seguras que sus primas perforadoras, pero obviamente permiten evitar el estímulo fóbico, la maldita aguja. Algunas vacunas históricas se administraban sin el uso de agujas y jeringas, como la vacuna Sabin contra la poliomielitis, que muy recientemente fue retirada del calendario de vacunación. Dentro de las vacunas de uso actual, se encuentra la vacuna del rotavirus que también se administra en forma de gotas por vía oral.

Existen nuevos desarrollos para realizar vacunaciones a través de la piel, sin pincharla. Son las vacunas transcutáneas. Pero, no es fácil que sus componentes atraviesen la piel sana, que normalmente funciona como barrera para evitar el ingreso de sustancias extrañas.

Fuera de las vacunas aprobadas, y como parte del trabajo de investigación de científicos y científicas de distintas partes del mundo, existen nuevos desarrollos para realizar vacunaciones a través de la piel. Pero no pinchándola con agujas, sino aplicándole un parche vacunal. Sí, así como existen los parches de nicotina para ayudar a dejar de fumar, o los de hormonas, también existen desarrollos para poder vacunar a las personas por esta misma vía sin necesidad de perforar la piel.

En nuestro laboratorio hemos iniciado un proyecto de investigación para generar una nueva forma de inmunización frente al virus SARS-CoV-2, con el rumbo puesto en el desarrollo de un sistema de vacunación transcutánea, con aplicación sobre la piel sana.

Las vacunas transcutáneas (nombre que reciben) tienen muchas complejidades. Porque no es fácil para los componentes de la vacuna atravesar la piel sana, que normalmente funciona como una barrera evitando que las sustancias extrañas penetren. Por eso, los desarrollos requieren “facilitadores” de la penetración para los componentes de las vacunas. Estos facilitadores permiten que los componentes activos de las vacunas sean transportados a través de la barrera de la piel y alcancen eficientemente a las células del sistema inmune que se encuentran diseminados en todo el tejido cutáneo. Y los componentes activos (inmunógeno y adyuvante) deben ser compatibles con esos facilitadores y no perder estructura ni función (4). Es una tarea difícil.

En nuestro laboratorio hemos iniciado un proyecto de investigación para generar una nueva forma de inmunización frente al virus SARS-CoV-2, con el rumbo puesto en el desarrollo de un sistema de vacunación transcutánea, con aplicación sobre la piel sana. En este camino, probaremos distintos facilitadores de la penetración, junto a un inmunógeno pequeño y un adyuvante utilizado en otras vacunas convencionales. El camino es largo y complicado, pero quizás sea un paso más hacia alternativas de protección sin sufrimiento de pinchazos.

Daniel González Maglio es bioquímico, doctor en el área Inmunología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigador independiente de CONICET en el Instituto de Estudios de la Inmunidad Humoral ‘Profesor Ricardo A. Margni’ (IDEHU), profesor adjunto de Inmunología, Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA , y comunicador de ciencia en Ciencia del Fin del Mundo (radio, podcast, streaming y libro).

  1. Los romanos tenían una divinidad del mismo aspecto físico a la que llamaban Fauno. ↩︎
  2. La primera vacuna que se creó, contra la viruela, fue creada por Edward Jenner y probada sobre James Phipps (de 8 años), se aplicaba justamente haciendo incisiones en la piel y colocando material infectivo de pústulas de viruela bovina o, como venía de las vacas, viruela vacuna. ↩︎
  3. Este número corresponde a las vacunas que deben recibir todas las personas que habitan en nuestro país. Se suman dos vacunas más que solo se aplican en zonas endémicas: la de la fiebre amarilla y la de la fiebre hemorrágica argentina. ↩︎
  4. El inmunógeno es la porción de la vacuna que nos da protección (fragmentos del patógeno, patógeno muerto o inactivado), el adyuvante es una sustancia que favorece la activación del sistema inmune para lograr una potenciación de la respuesta contra el inmunógeno. ↩︎