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La caída del cabello ha atormentado a los humanos al parecer desde siempre. Es que la disposición de cabello en el varón ha sido valorada, desde los mitos, leyendas y creencias, como el epítome de la virilidad, la masculinidad y hasta la fortaleza, si no baste mencionar la leyenda de “Sansón y Dalila”.

En la mujer, se ha considerado símbolo de femineidad, belleza y hasta sensualidad, de hecho determinadas culturas aún hoy prohíben –e incluso reprimen— la mostración del cabello femenino en público.

Pero, bien, esto vale para el exceso, ahora qué ocurre con el “defecto”. Una de las referencias más antiguas de tratamientos para la alopecia aparece en un texto médico de más de 3000 años de antigüedad, el Papiro Ebers. Allí se sugiere como remedios para la calvicie un unto con grasa de animal, pero también se recomienda un sofrito de pata de galgo con la pezuña de un burro, que debía ser enérgicamente frotado en la calva.

Hipócrates (460. a circa. 370 a.C.), considerado el padre de la Medicina, proponía algunas estrategias terapéuticas: una de ellas era una mezcla de esencia de rosas, opio, vino y aceite de oliva; y otra, con cominos, heces de pichón, rábano picante y ortigas.

Por su parte, Aristóteles (384 a 322 a.C.), creía que aplicarse orina de cabra sobre la cabeza detendría su alopecia. Muy agudamente, el filósofo estagirita observó que quienes habían sido sometidos a castración, como los eunucos, y la mayoría de las mujeres no sufrían de esta “dolencia”. Estaba sentando las bases de lo que con el tiempo sería considerada una de las principales causas de caída del cabello, como lo es la alopecia androgénica.

Para la calvicie, la madre del Rey Chata de Egipto recomendaba frotar la cabeza vigorosamente con una preparación hecha de garras de perro, dátiles y pezuñas de burro molidas y cocinadas en aceite.

Se cuenta que Cleopatra VII (69 a 30 a.C.) –la última reina del Antiguo Egipto, en un período que supuso la decadencia de una larga estirpe: la de los Ptolomeos— era conocedora por tradición familiar de una receta. Tanto así que –se dice— recomendó a Cayo Julio César (100 a 44 a.C.) que usara manteca de oso, médula de ciervo, dientes de caballo y ratones domésticos tostados. La preocupación de Julio César —dictator perpetuus durante la tardorrepública romana– por su condición de calvo lo había conducido a usar un peinado que consistía en dejar crecer el pelo de la coronilla para extenderlo hacia adelante. Pero esa solución no le duró demasiado tiempo. Tal preocupación, rayana en la obsesión, quedó manifiesta cuando solicitó al senado usar de modo permanente la corona de laureles, que hasta entonces solo estaba permitida durante la celebración de los Juegos Olímpicos. Julio César, para su suerte, consiguió el permiso. Al echar un vistazo a las estatuas y los bustos del emperador romano podrán apreciarse sus sucesivos cambios de “look” capilar.

Así también, otros emperadores romanos como Tiberio (42 a. C. a 37 d. C) y Domiciano (51 a 96), ocultaban su alopecia con elaborados peinados y pelucas.

Dejar constancia de las ingentes referencias históricas disponibles de las variadísimas, exóticas, cuando no repugnantes y repulsivas, estrategias “terapéuticas” que fueron propuestas por brujos y brujas, curanderos y curanderas, constituiría una labor inacabable. Entonces, como muestra, solo proponemos “dos botones”. Dos textos que abordan los remedios para la alopecia, desde los estudios históricos, antropológicos, etnográficos y folklóricos, realizados por expertos de la comunidad autónoma española Extremadura, en sus dos provincias: Cáceres y Badajoz. Sus paisajes de montañas tapizadas de cliseries, bandas vegetales escalonadas en alturas que rematan en las cimas con espesos bosques, dan origen a lugares recónditos donde esconderse para fabricar elixires, pócimas, potajes, ungüentos, contra todos “los males”, la alopecia incluida.

Por un lado, un artículo elaborado por Israel J. Espino, licenciada en Periodismo y máster en Comunicación, especializada en antropología de las religiones, quien a partir de rescates de historia oral, labor etnográfica y trabajo con fuentes documentales históricas abordó el tema de los “crecepelos mágicos”. http://blogs.hoy.es/extremadurasecreta/2014/05/26/ni-tanto-ni-tan-calvo-los-crecepelos-magicos/

Y, por otro, un artículo del historiador español José María Domínguez Moreno, titulado “Dermatología popular en Extremadura (y IV) Granos”, Subtítulo “Cuestiones capilares”. https://funjdiaz.net/folklore/07ficha.php?ID=2974

Afortunadamente, la investigación científica hoy se ha hecho cargo del desafío de desarrollar tratamientos para la alopecia efectivos y seguros y, por cierto “más amigables” que el que proponía, pongamos por caso, María de Sande: “Enterrar un gato negro y esperar a que empezase a pudrirse. Cuando la putrefacción del animal comenzaba, había que coger la grasa del minino y utilizarla como jabón sobre la zona calva”, tal como relata Israel Spino.

¡De los horrores que nos salvó la Academia!