Vacunarse, inmunizarse, es un acto de supervivencia personal y solidario, avalado por la ciencia. Las vacunas han demostrado ser seguras y eficaces. ¿Qué pasaría si esa cognición fuese ampliamente desacreditada, puesta en tela de juicio, debilitada por una campaña ideológica que asocia la vacuna con un ´veneno´? O qué ocurriría si la falta de percepción del riesgo de enfermarse llevara a la comunidad a no vacunarse. La salud pública mundial atravesaría una crisis de credibilidad, por una insistente prédica antisistema, cuyos efectos podrían ser catastróficos. Y las vacunas resultarían, así, víctimas de su propio éxito…
La Organización Mundial de la Salud (OMS) certifica que las vacunas son “una de las innovaciones más poderosas en la historia de la salud pública y una de las mejores inversiones en un mundo más sano y seguro”. Se estima que salvan al menos 2 000 000 de vidas cada año, y que en un número incontable de niños evitan enfermedades, largas permanencias en el hospital y ausentismo escolar.
Es un hecho incontestable que la vacunación, junto con la potabilización del agua, constituyen los hitos sanitarios que más vidas han salvado. Pero he aquí una aparente contradicción: gracias a las vacunas desaparecieron enfermedades peligrosas para la vida; paradójicamente este descomunal éxito motivó que las personas bajaran la percepción del riesgo de contraer enfermedades, especialmente los más jóvenes, quienes no vivieron las epidemias que pudieron ser controladas, justamente, por la vacunación. Vale la pena recordar, como dato histórico, que en el siglo XVIII murieron 60 000 000 de personas en Europa a causa de enfermedades infectocontagiosas.
Desde que se vacuna regularmente a nivel mundial, la humanidad logró erradicar del planeta la viruela, una enfermedad altamente contagiosa y responsable de muchísimas muertes a lo largo de la historia. Por este motivo, ya dejamos de vacunar contra la viruela: los de ´cuarenta para arriba´ estamos vacunados pero nuestros hijos no, porque ya no lo necesitan. Se estaba además muy cerca de eliminar del planeta otras dos enfermedades peligrosísimas: la poliomielitis y el sarampión. Así también otras enfermedades infectocontagiosas que antes eran muy comunes hoy se han vuelto raras o, mejor dicho, deberían ser raras de ver. Ver cuadro1.
Pero, según cifras alarmantes de la ONU, en Europa se registraron 60 000 casos de sarampión en 2018 y 80 000 en lo que va de 2019. En la Argentina, a pesar del éxito de la inmunización con la implementación de un calendario nacional de excelencia, que pasó de ocho vacunas en 2003 a veinte en 2019, factores como la negativa a vacunarse por mitos, la desinformación y la falta de acceso a las vacunas, son responsables de la abrupta caída en los niveles de vacunación y, por ende, de la reemergencia de casos de sarampión autóctonos. Tanto así que en nuestro país, que había logrado eliminar la circulación endémica del virus de sarampión en 2000, desde entonces hasta diciembre de 2018 se registraron 43 casos, y hasta la primera semana de diciembre de 2019 ya se habían reportado otros 71 casos más.
Entre estas causas hay que destacar, también, la insuficiente presencia del Estado producto de las graves restricciones presupuestarias que ponen en riesgo el acceso a las vacunas, generan la cesación de campañas y programas destinados a la prevención y la educación sanitaria, así como la desprotección de los grupos vulnerables, por caso los portadores de VIH, o quienes padecen enfermedades hematológicas, autoinmunes, patologías oncológicas y otras. El panorama no es más alentador a nivel mundial. Según la exdirectora de la ONU, Margaret Chan, los sistemas de salud son injustos, ineficientes, inconexos y menos eficaces de lo que podrían ser, y además no cuentan con presupuesto para implementar programas de investigación en la búsqueda de nuevas vacunas.
LAS VACUNAS ENVUELTAS EN UNA CRISIS DE CREDIBILIDAD
El surgimiento de grupos denominados “antivacunas” a nivel mundial ha generado que muchos investigadores se vean en la obligación de tratar de entender los motivos que los llevan a tomar tal postura, para de este modo, elaborar mensajes a medida, que encajen en sus creencias, no perder la oportunidad de entenderlos y llegar a un lugar común.
Entre las preocupaciones que manifestan “los antivacunas” figuran la falta de confianza en la comunidad científica y su oposición a que la vacunación sea obligatoria. También expresan rechazo a las sustancias químicas que las vacunas contienen, o bien desarrollan ideas no racionales sobre lo que, a su juicio, constituye un peligro, como lo es “exponer” a sus niños –y desde tan pequeños– a los mismos agentes patógenos contra los que se pretende defenderlos. Y a pesar de que, probadamente, los beneficios de las vacunas son muy superiores a los potenciales efectos indeseados, los antivacunas sobreexageran tales efectos adversos.
Se ha descripto también que viene creciendo, y en especial en las sociedades más desarrolladas, el número de los denominados “conspiranoicos” que sostienen que los gobiernos, las instituciones responsables y los grandes laboratorios ocultan información a la población. Y, entre otras creencias erróneas, llegan a afirmar por ejemplo que el virus de la polio no existe. Justamente por el menosprecio hacia la ciencia, las teorías conspirativas encuentran andadura en la sociedad de la posverdad, como se ha caracterizado a la actual, en la que resulta difícil discernir qué es verdadero o falso de la abundante data que circula por las diferentes redes sociales.
LA INSTALACIÓN DE UN MITO… Y CÓMO DESCATIVARLO
En 1998 el hoy exmédico británico Andrew Wakefield publicó en la prestigiosa revista médica internacional The Lancet un estudio que asociaba la aplicación de la vacuna triple viral con la aparición de autismo. Ese estudio, finalmente, demostró ser fraudulento, como consecuencia Wakefield fue expulsado del Colegio de Médicos del Reino Unido y la revista debió retirar el artículo. Pero esto no impidió que todavía hoy siga hablándose de la supuesta relación entre vacunación y autismo, más aún originó un mito que perdura en los círculos contrarios a las vacunas.
Para desterrar la asociación de la vacuna triple viral (MMR) y el autismo, en marzo de 2019 en Annals of Internal Medicine se publicó un estudio de cohortes llevado a cabo en Dinamarca con 657 461 niños daneses nacidos entre 1999 y 2010, y que fueron seguidos desde el año de vida hasta el 31 de agosto de 2013. El estudio respalda firmemente que la vacuna MMR no aumenta el riesgo de autismo, no desencadena el autismo en niños susceptibles y no se asocia con la agrupación de casos de autismo después de la vacunación. No quedan dudas…
Dado que los “movimientos antivacunas” están experimentando crecimiento aun en los países centrales, y más preocupante es que ganan adeptos entre sectores “ilustrados” y de mayor acceso socioeconómico y educativo de la población, resulta imperioso aportar información científica, confiable y rigurosa para fortalecer en la comunidad general la idea de que los beneficios de la vacunación son infinitamente mayores que los “riesgos aparentes” basados en informaciones sesgadas.
PENSAR ESTRATEGIAS EFECTIVAS
Desactivar un mito es complicado, afirma el doctor Sean T. O’Leary, profesor adjunto de Pediatría en la Universidad de Denver, Colorado. El experto entiende la difícil situación que atraviesan los padres al tomar la decisión de vacunar o no a sus hijos. Por ello, incita a los pediatras a que hagan hincapié en los múltiples beneficios que conlleva un calendario de vacunación completo sobre los mínimos efectos adversos que pueden presentarse.
En un nivel más amplio, y con la idea de llegar a más público, el presidente de la
Asociación Americana de Pediatría, el doctor Kyle E. Yasuda, elevó un escrito a altos ejecutivos de Google, Facebook y Pinterest instándolos a tomar medidas preventivas para evitar que los usuarios utilicen esas plataformas para difundir información falaz relacionada a las vacunas. En el mismo tono, varios gobiernos, como el australiano, están optando por quitar beneficios sociales a aquellas familias que decidan no vacunar a sus hijos.
Como agentes de salud debemos llegar a toda la sociedad con mensajes claros, en los cuales se refuerce la efectividad de las vacunas. Es importante, tener en cuenta a la hora de transmitir estos mensajes varios aspectos: la investigación científica de la comunicación muestra que la evidencia en la que se basa un argumento es más importante que la credibilidad de la fuente para convencer a un individuo. Así también, transmitir mensajes que contengan bases científicas influye de manera efectiva en la comunidad y hace que esta se haga más reticente a las afirmaciones simplistas utilizadas por los “antivacunas”.
Ahora bien, ¿cómo hacerlo? Por un lado, no es aconsejable la utilización de términos técnicos o acrónimos dado que no solo no aumentan la credibilidad del mensaje, sino que más bien ponen en riesgo la comprensión de las personas legas en ciencia y medicina. La psicología cognitiva ha demostrado que las palabras y los términos desconocidos tienen menos probabilidades de ser recordados, por lo tanto deben ser evitados. Otra propuesta consiste en no utilizar con frecuencia el término “antivacunas” dado que se puede generar un efecto bumerán, esto es, que a fuerza de repetir la idea que se trata de corregir, se termina por reforzarla en vez de debilitarla.
Se sugiere evitar la utilización de mensajes donde prevalezca el humor como recurso de motivación, dado que es una experiencia cognitiva compleja y puede ser malinterpretado e incluso resultar ofensivo. Finalmente, tomar en cuenta que reforzar el concepto de beneficio social de las vacunas aumenta las posibilidades de aceptación por parte de un individuo.
LAS VACUNAS EN LA ERA DE LA POSVERDAD
La situación es preocupante. Las redes sociales se adueñaron de nuestras vidas, es constante el bombardeo de información verídica mezclada con la que no lo es. La posverdad se encuentra en su máximo esplendor y, como resultante las personas sufren agobio. Agotadas de tal manera que, cuando deben tomar decisiones, optan por el camino más fácil. Diariamente debemos tomar muchas decisiones apelando a una narrativa dentro de la que ciertos hechos resultan coherentes. El cerebro humano es un ´procesador narrativo´ más que un ´procesador lógico´´. Emplear el razonamiento analítico, sabido es, demanda un esfuerzo mayor y consume más energía.
Las historias, en cambio, generan sentido y se recuerdan con menos esfuerzo. Apoyadas en esta característica de los seres humanos, las teorías conspirativas funcionan más por su enorme capacidad de dar coherencia a los prejuicios que por su valor de verdad, no es difícil entonces que los rumores encuentren un amplio apoyo social porque recurren a preceptos fáciles de entender, accesibles y satisfactorios, aunque contradigan hechos y evidencias. En muchos aspectos de la vida esto resulta suficiente, y hasta ´confortable´.
Se trata de develar los sesgos cognitivos subyacentes en los argumentos antivacunas, como la tendencia a rechazar argumentos contrarios a las propias creencias o a valorar las informaciones de manera que confirmen las convicciones que ya se tienen. Por este motivo, las campañas informativas y gran parte de la comunicación en salud que solo presentan hallazgos científicos –datos epidemiológicos, evidencias— parecen estar produciendo un efecto contrario al deseado.
Se nos presenta un verdadero desafío, porque la situación es grave y apremiante, las enfermedades avanzan y nada indica que se vayan a detener, se requiere entonces de una acción rápida. En este contexto el intento de cambiar creencias de modo directo o confrontativo podría no ser la solución al problema; gran parte de la dificultad para modificar lo que muchas personas creen empleando argumentos radica en el modo en que los prejuicios/mitos se organizan. Se retroalimentan, están sostenidos por un “sistema de creencias” que se refuerzan, se sustentan y respaldan entre sí. Por fortuna, en la última década investigadores de diversas disciplinas sociales en conjunto con profesionales de la salud han abordado, con distintas metodologías, el estudio de esta cuestión, con lo que pronto dispondremos de materiales rigurosos que nos permitirán mejorar nuestras prácticas en comunicación en salud.
Nadie discute la libertad de los ciudadanos de adoptar las creencias que prefieran; sí se discute su derecho a poner en riesgo la salud propia y de la comunidad. Ahora bien, las vacunas no se debaten, son seguras, eficaces, obligatorias. Vacunarse es un acto de afirmación del derecho a sobrevivir, a la salud y a la dignidad del acceso a los bienes que como sociedad hemos logrado construir, es un acto de solidaridad. Y para que no queden dudas: Las vacunas sí funcionan.