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La autofagia ha demostrado estar involucrada en numerosas patologías y con el avance de los estudios cada vez se hallan más relaciones con cuadros patológicos. Así, al papel que desempeña este proceso en las patologías neurodegenerativas y en el envejecimiento, que han sido reseñadas en la nota principal de este informe, deben sumarse otras tantas que referimos a continuación.

Por ejemplo, se ha visto que la autofagia puede reducir la fibrosis hepática. También participa en la eliminación de agregados de proteínas en enfermedades musculares, como algunas distrofias musculares, miopatías y miositis, entre otras.

En el corazón, la autofagia es necesaria para mantener la homeostasis celular y se regula en respuesta al estrés en la enfermedad cardíaca hipertensiva, la insuficiencia cardíaca, la hipertrofia cardíaca y en los estados de isquemia-reperfusión.

En estudios realizados con ratones se ha observado que la activación de la autofagia ralentiza la aparición de la artrosis y podría mejorar la movilidad, con lo que esto implicaría en la calidad de vida de quienes la sufren, aunque estos resultados están aún muy lejos de poder ser generalizados para los casos en humanos.

En el páncreas, se requiere autofagia para mantener la arquitectura y la función de las células β pancreáticas. Se ha postulado, además, que la autofagia hepática defectuosa probablemente contribuya a la resistencia a la insulina y a la predisposición a la diabetes tipo 2 y la obesidad.

En las enfermedades infecciosas está involucrada en la eliminación de patógenos intracelulares, como bacterias, virus y parásitos, y por lo tanto contribuye significativamente en la respuesta inmune. La autofagia actúa en diversos eventos durante la respuesta inmunitaria: degrada los agentes patógenos vía autofagosoma que luego se fusiona con el lisosoma, o bien activa los mecanismos de señalización o de alerta inflamatoria. También toma parte en la ´resolución´ de la respuesta inflamatoria, dado que remueve los cuerpos apoptóticos. Asimismo, participa en la presentación de moléculas antigénicas por proteínas del complejo mayor de histocompatibilidad.

El cáncer ha sido asociado, frecuentemente, con defectos en la autofagia. Pero es aquí donde este proceso ha demostrado toda su complejidad, dado que puede ejercer un rol dual. Como señala el investigador francés Patrice Codogno, la autofagia ha cobrado gran relevancia en la regulación del desarrollo y la progresión tumoral. “Se sabe –explica– que puede actuar como un supresor de tumores en las etapas tempranas, mientras que puede promover la resistencia a drogas quimioterapéuticas y el desarrollo tumoral en etapas tardías”. Con lo que se requiere de mayor cantidad de estudios para saber cuándo “encender” la llave de la autofagia, o cuándo “apagarla”.

También Codogno relató que se está ensayando en animales una serie de fármacos ya existentes o incluso con algunos nutrientes. Por citar ejemplos, la rapamicina, un medicamento antirrechazo que se utiliza en humanos cuando se realizan trasplantes. Entre las estrategias nutricionales puede citarse el uso de resveratrol, un antioxidante que se puede encontrar en el vino tinto, algunas frutas y el chocolate.

“Otra opción de este tipo –comenta Codogno– sería la espermidina, que ha mostrado efectos benéficos contra el envejecimiento”. La espermidina está presente en numerosos alimentos, como los frutos secos; los productos integrales; las frutas, en particular las manzanas; las legumbres, los champiñones, el brócoli y la coliflor. Pero la estrella de esta función es el queso roquefort, donde se encuentran los mayores aportes de espermidina.