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La creación de un Tribunal de Protomedicato en 1780 señala el comienzo de una nueva etapa en la organización sanitaria de Buenos Aires. El Protomedicato tomó a su cargo el gobierno de las artes de curar, incluida la “Facultad de Farmacia”, el nombre que recibía por aquellos tiempos el cuerpo de farmacéuticos o boticarios. Desde entonces, para poder ejercer su arte los boticarios debieron demostrar que lo dominaban. Por eso pasaban un examen práctico, con el único requisito previo de haber trabajado con un boticario aprobado, en calidad de ayudante, por el término de dos años como mínimo.

La creación de un Tribunal de Protomedicato en 1780 señala el comienzo de una nueva etapa en la organización sanitaria de Buenos Aires. Desde entonces, para poder ejercer su arte los boticarios debieron demostrar que lo dominaban.

Asimismo, la habilitación de una botica implicaba la supervisión periódica de las existencias de medicinas, para verificar el estado de las sustancias que se vendían, su correcta conservación y que los precios estuviesen en el rango de lo estipulado por las regulaciones. La venta de medicinas no era libre, o al menos no debía serlo. Los boticarios debían venderles medicinas solo a los médicos y cirujanos habilitados para recetar.

La habilitación de una botica implicaba la supervisión periódica de las existencias de medicinas, para verificar el estado de las sustancias que se vendían, su correcta conservación y que los precios estuviesen en el rango de lo estipulado por las regulaciones.

Levantar una botica propia no era una tarea sencilla. Los boticarios debían poseer, además del capital, conexiones con la gente del comercio. Les fue mejor a los que contaban con una experiencia previa en Europa. Las relaciones con comerciantes de la Península les permitían instalarse como hombres fuertes del comercio. Los comerciantes más grandes, familias como los Marull y los Marengo, no se limitaban solamente a la comercialización de sustancias medicinales, sino que extendían su interés al tráfico de otros productos, como cueros o yerba, tanto hacia afuera como hacia el interior del virreinato. Medían su riqueza en la cantidad de sus existencias de medicinas u otros productos.

Levantar una botica propia no era una tarea sencilla. Los boticarios debían poseer, además del capital, conexiones con la gente del comercio. Les fue mejor a los que contaban con una experiencia previa en Europa.

Además, abastecían a las instituciones de caridad, como mayoristas, a las boticas más pequeñas y, como asentistas, a las dependencias oficiales. El asentista era contratado por la administración colonial para la provisión y suministro de medicinas al presidio, la armada de Montevideo, el interior y en otras dependencias oficiales. Con la organización del Virreinato la demanda fue en aumento y continuó durante el período independiente.

Los boticarios más grandes no se limitaban solo a comercializar sustancias medicinales, sino también al tráfico de otros productos, como cueros o yerba, tanto hacia afuera como hacia el interior del virreinato. Medían su riqueza en la cantidad de sus existencias de medicinas u otros productos. Además, abastecían a las instituciones de caridad, como mayoristas, a las boticas más pequeñas y, como asentistas, a las dependencias oficiales.

Un aspecto remarcable de esta etapa es que los boticarios continuaron con su profesión, ligada siempre al comercio, espacio donde se destacaron. En relación a los médicos, dependieron menos de los empleos públicos. Otra cuestión es que, como parte de la Facultad de Farmacia, los boticarios no influyeron en las decisiones que tomaba el Protomedicato, la mayor autoridad en materia médica y sanitaria. A pesar de su poder económico, conformaron un colectivo con una organización débil y no tuvieron en el Río de la Plata una institución que los aglutine ni un anclaje en la burocracia a la manera de los médicos. Finalmente, los boticarios fueron un grupo minoritario. La cantidad de boticarios fue durante todo el período menor que la de los médicos, aunque muestran un importante aumento hacia los finales de la década de 1820.

Alejandro Palomo es profesor de Historia por la Univresidad de Buenos Aires y doctor en Historia por la Universidad Nacional de Tres de Febrero
Nota: el texto constituye un ejercicio divulgativo de fragmentos de la tesis de Benito Alejandro Palomo. La medicina como profesión en Buenos Aires (1780-1830). Director de tesis: doctor en Medicina (Universidad de Buenos Aires) y doctor en Historia  (University of Notre Dame, EE.UU.), Miguel de Asúa.

Fuentes y Bibliografía

Archivo General de la Nación (1917) Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, serie I, tomo XV, libro X, años 1677 a 1681.

Archivo General de la Nación IX-11-7-7

Archivo General de la Nación X-20-4-6

Archivo General de la Nación X-6-2-2.

Molinari, J. L. (1963) “La reforma de las instituciones médicas por la asamblea de 1813 y en la época de Rivadavia” en Historia, IX, Núm. 32, pp. 130-135.

 Cignoli, F. (1953) Historia de la Farmacia Argentina, Librería y editorial Ruiz, Rosario.

Liceaga, J. (1953), “Historia de la farmacia argentina. Las boticas en la colonia”, Revista Farmacéutica, Año XCVI, Tomo 95, Nº 3 y 4, pp. 74-88.

 Beltrán, J. R. (1937) Historia del Protomedicato de Buenos Aires, El Ateneo, Buenos Aires.