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Casi en carácter de ultílogo se aborda aquí una problemática reclamada cada vez con más fuerza: la urgencia de suscribir un nuevo contrato social que incorpore también una perspectiva de desarrollo social sostenible, atento a la difusión alarmante de las zoonosis en este nuevo siglo.

Ébola, fiebre bubónica, fiebre amarilla, viruela del simio, tuberculosis bovina, enfermedad de Lyme, hantavirus, rabia, dengue, chikungunya, enfermedades neurológicas y respiratorias provocadas por los virus de Hendra (VHe) y de Nipah (VNi), H1N1, SARS, MERS, SARS-Cov-2, todas enfermedades zoonóticas. Pulgas, simios, ratones colilargos, las más diversas especies de murciélagos, garrapatas del género Ixodes, mosquitos Aedes aegypti, cerdos, camellos, aves acuáticas migratorias, aves de corral, pangolines… todos puestos en el banquillo de los acusados. Pero ¿qué es una zoonosis?

Pensemos en un depredador felino de África que está acostumbrado a cazar determinadas presas, pero en determinadas circunstancias, existe la posibilidad de que cambie su comportamiento y comience a matar a otros animales, dicho de modo muy simplificado; algo similar puede suceder con los patógenos (virus, bacterias, hongos, parásitos) que se transmiten entre animales, y que cuando encuentran la “oportunidad” (o la “necesidad”)  pasan a los seres humanos. A esto se conoce como zoonosis.

¿Por qué estamos viendo, en los últimos años, más casos de zoonosis? Citaremos apenas unos pocos episodios. Primeros años de la década de 1990, Australia. Una nueva enfermedad hizo su aparición en equinos, los criadores y veterinarios no comprendían qué estaba ocurriendo, los animales morían en cuestión de días. Esto continuó sucediendo hasta que las personas que trataban con los caballos enfermos también se vieron afectadas, muchos de ellas encontraron la muerte en una cama de un centro de salud. La nueva enfermedad fue identificada y nombrada hendra, provocada por el VHe. Este virus siempre había convivido con los humanos, pero ahora de repente había comenzado a ´revelarse´. Los investigadores de esta nueva patología analizaron (no solo en sus laboratorios) y lograron identificar el vector del virus… murciélagos de la fruta.

Malasia, 1998. Cerdos de criadero comenzaron a perecer de forma simultánea, asimismo, muchos trabajadores de estas granjas porcinas fueron hospitalizados con inflamación cerebral que los llevó a la muerte. Los primeros análisis indicaron que podría tratarse de fiebre porcina, pero exámenes posteriores y la evidencia de los contagios (muy infecciosa entre cerdos, pero no de persona a persona) expuso que su estructura era similar a la del virus VHe. Los investigadores hallaron el vector… otra vez, murciélagos de la fruta. Al igual que en Australia, estos pequeños mamíferos habían sido desplazados de su habitad natural. Despojados, desterrados.

Los lazos entre humanos y animales no solo se dan por un desplazamiento o acercamiento de espacios naturales “inexplorados”. De hecho, algunas culturas ancestralmente cazan y se alimentan de animales salvajes de su propio entorno. Pero la avidez por bienes suntuarios, como el mercado de pieles, hace su nefasta ´contribución´; por citar un hecho espeluznante, en noviembre de 2020, en Dinamarca 17.000.000 de visones de criadero fueron exterminados en cámara de gas por riesgo potencial de contagio de coronavirus. Sin contar las necesidades de producción y rentabilidad que demanda hacinar miles de cerdos, o aves de corral, para consumo humano. Por otra parte, el intento de domesticación de especies exóticas constituye otro factor determinante; así es creciente el ´mascotismo´, esa apetencia de ciudadanos urbanos de llevar parte de la naturaleza a sus hogares, lo que alimenta el tráfico de vida silvestre.

Cuando la civilización o, mejor dicho, barbarie ambiental destruye espacios naturales, la vida silvestre parece no tener más remedio que encontrar refugio (o alimentos y supervivencia) en los suburbios. Y allí van ellos… pero no solo ellos, sino también los virus, bacterias, hongos… Encima, antes viajaban en carretas, carromatos o barcos a vela; ahora, en avión.

¿Será que ha llegado el momento de ponderar nuestra relación con la naturaleza? Cada día parece más inexcusable repensar un novedoso contrato social. Acudimos aquí a los esclarecedores dichos de un experto en el tema, el doctor en Derecho Ambiental, posdoctorado en Educación y Políticas Públicas Comparadas, profesor investigador de la Universidad Autónoma de México, Miguel Moreno Plata, que ya en 2007 advertía (¡quién iba a pensar en esta pandemia global que arrasa hoy, por entonces!)*: “También es necesario avanzar en la revisión del contrato social desde la perspectiva del desarrollo social sostenible (…). Bajo esta tesitura, la revisión de los fundamentos contractuales pasa por el análisis de la teoría y la filosofía clásicas y  modernas, de matriz occidental; pero también implica la inclusión de las teorías  alternativas, particularmente en aspectos relacionados con la diversidad social, cultural y política; lo que podría permitir nuevas rutas de organización e interacción entre los tres principales actores de la modernidad: el Estado, la sociedad y el mercado”. 

Antes de que sea demasiado tarde.

Nota

*https://www.researchgate.net/publication/339698178_Un_nuevo_contrato_social_para_el_desarrollo_sostenible_Repensando_el_orden_politico_moderno_ante_la_crisis_socio-ambiental_en_el_siglo_XXI