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En el contexto de la pandemia por COVID-19, los adultos mayores han sido el grupo de riesgo que estuvo aislado y distanciado socialmente desde el comienzo, y hasta la actualidad. Muchas fueron las consecuencias psicológicas detectadas en este período, tales como miedo, soledad, depresión, alteraciones del sueño, incertidumbre, entre otras. Compartimos testimonios y estrategias para su abordaje.

Matilde, 74 años. Voluntaria en un Hospital de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde 1996. Tiene un hijo, una nieta y un grupo de amigos que frecuenta. El 13 de marzo de 2020  le informaron que ya no podía ir a su trabajo en el hospital debido a la pandemia. Una semana más tarde,  se decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO)  en todo el país. ¡Y se quedó en casa! Las salidas fueron las esenciales: farmacia, alimentos y consultorio médico.  Cuando le preguntan qué siente, responde: “Perdí un año de mi vida”.

Marta es una mujer fuerte, emprendedora y predispuesta a la vida. Transitando sus 73 años, en enero de 2020, afrontó exitosamente una cirugía a corazón abierto. Con su único hijo, médico, decidieron su rehabilitación en un centro especializado. El viernes 13 de marzo, fecha planificada de retorno a su hogar, comenzaría a ser cuidada por una amiga que superaba los 60 años. Cumplía dos meses del comienzo de su internación. Estaba feliz. Pero, a las 00.00 horas del viernes 20 de marzo, llegó el ASPO por la COVID-19. Ella no podía quedarse sola en su casa. Enfrentaba un nuevo desafío: convivir por 73 días con su ex marido, de quien se divorció hace 45 años. A comienzos de junio,  Marta decidió  regresar a su casa. Debió enfrentar  la soledad de su chalet, gran punto de reunión con familiares y amigos. Su único contacto con el mundo exterior lo tuvo con su hijo, quien se ocupó de que nada le falte, pero sin devolverle la libertad que tenía hasta el 19 de enero. Su especial vulnerabilidad frente a esta enfermedad le produjo, como consecuencia, síntomas y signos de claras alteraciones de su salud física y psíquica. Como siempre lo expresa: “Llevo dos meses más que el resto de este aislamiento, que me quitó la independencia, el contacto con mis pares y el cuidado pautado de mi salud, pero me trajo más horas con mi móvil, más horas con el televisor, nuevos miedos, más días grises y más aburrimiento. No es fácil, hijo querido”.

Para Marta y Matilde, como para tantos adultos mayores, todo cambió. Los lugares y personas que frecuentaban, sus rutinas, sus focos de interés. Había que quedarse en casa. Las razones eran válidas: prevenir el contagio, no enfermarse, evitar la muerte.

Desde los inicios de la pandemia por la COVID-19, los medios de comunicación repetían que los adultos mayores eran la población más vulnerable, la que presentaba la  mayor tasa de mortalidad. Y desde esos mismos medios se les remarcaba: “Quedáte en casa”. Temieron por ellos, y también por sus familiares y conocidos.

Los factores de riesgo en las personas mayores son varios. Entre ellos, las condiciones de salud subyacentes tales como enfermedades cardiovasculares, respiratorias y diabetes, las que complican la recuperación una vez que se ha contraído el virus. Asimismo, el envejecimiento provoca un desgaste del organismo dificultando la defensa contra nuevas infecciones, especialmente a partir de los 75 años porque el sistema inmune está más debilitado que en edades tempranas. Pero no sólo las condiciones de salud y el envejecimiento ponen en peligro a las personas mayores. La soledad como emoción, y el aislamiento como condición estructural en la que viven muchas de ellas, desempeñan un papel importante frente a su capacidad de responder a la enfermedad.

El ASPO fue pasando diversas etapas de apertura. Aun así, los adultos mayores constituyen la franja de la población  que continúa en distanciamiento social por su especial vulnerabilidad frente a esta enfermedad.  Esta población tenía una rutina previa. Algunos habitaban en residencias geriátricas, con actividades recreativas y de estimulación acorde con sus capacidades, con visitas regulares de sus familiares, controles médicos periódicos, salidas semanales. Otros, vivían con total independencia, sobre todo los denominados autoválidos.  Muchos realizaban actividades en centros de jubilados, instituciones religiosas, incluso en hospitales como voluntarios, cuidaban nietos, ayudaban a sus hijos.

Pero, en las circunstancias que  planteó la pandemia, la población mayor, cada vez más consciente de la necesidad de protegerse, vive sentimientos encontrados que van desde la necesidad de afecto, de ayuda o acompañamiento, al miedo al contagio y a la muerte, lo que puede generarles afectación psicológica, emocional y física.

Durante los brotes de enfermedades infecciosas importantes, la cuarentena puede ser una medida preventiva necesaria. Sin embargo, hay estudios que sugieren la frecuente asociación con efectos psicológicos negativos, que pueden detectarse meses o años después. La evidencia también enfatiza la importancia de que las autoridades se adhieran a la duración recomendada de la cuarentena. Su extensión, por pequeña que sea, puede exacerbar cualquier sensación de frustración o desmoralización en las personas que la vivencian.

En este contexto tan particular, es fundamental tener presente que los seres humanos estamos diseñados para sociabilizar: ya nuestros antepasados más lejanos comprobaron que pertenecer a un grupo les daba más chances de subsistir. Sin embargo, el escenario actual le impide al cerebro expandir su aspecto social. Y se sabe que la soledad impacta negativamente en la salud mental.

 En una revisión sistemática realizada, The Lancet expresa que lmayoría de los estudios revisados reportaron efectos psicológicos negativos incluyendo síntomas de estrés postraumático, confusión, e ira. “Los factores estresantes incluyeron una mayor duración de la cuarentena, temores de infección, frustración, aburrimiento, suministros inadecuados, información inadecuada, pérdida financiera y estigmatización”, agrega la misma publicación.

 En un análisis más profundo, conociendo las manifestaciones que pueden aparecer, se puedan aplicar estrategias que permitan afrontarlas, con el menor desgaste emocional.

Emociones negativas como la tristeza, el miedo o la ansiedad se pueden experimentar en estos momentos. La tristeza es una sensación que se presenta ante la pérdida, una situación que debido a la COVID-19 se da también en el adulto mayor, ya sea por la pérdida de libertad para salir a la calle, de ocupaciones, de contacto social, de la propia salud o de seres queridos. Se puede combatir buscando y disfrutando de actividades en el hogar, que les proporcionen momentos de felicidad y relajación tales como leer, u otra de su preferencia. Para aquellas personas con cierto acceso a la tecnología, han aparecido espacios virtuales con clases de gimnasia gratuitas para adultos mayores, talleres de baile para mayores de 50 años entre otros.

Se recomienda  reducir la consulta continua acerca de la pandemia en la televisión, radio o redes sociales, limitándose a determinados momentos del día. Aunque debe reconocerse que esto resulta difícil de implementar, en especial si la persona vive sola.

El cambio de rutinas, que ha implicado que dejen de asistir a sus ocupaciones diarias anteriores, puede producir desorientación y la sensación de “no saber en qué día se vive”. Para ello es útil el uso de agendas, para recordar fechas importantes, y crear nuevas rutinas que dependerán de los gustos de cada persona (lectura, escritura, tareas manuales). También se ha evidenciado el descuido de los controles médicos periódicos por enfermedades crónicas, y la resistencia a consultar por enfermedades agudas por miedo al contagio.

Algunas investigaciones han demostrado la  importancia del profesional de la psicología del envejecimiento en residencias, para asegurar la calidad asistencial y el bienestar psicológico de residentes, cuidadores, familiares y el resto del equipo interdisciplinario. Otro papel fundamental es el de los miembros de sus familias, que deberán comunicarse con estas personas mayores más de lo habitual, abordando temas variados y de su interés. Su rol sería importante  tanto para personas institucionalizadas, como para aquellas que continúan viviendo en sus hogares.

El  doctor José J. Mendoza Velázquez expresa en Medscape en español: “En cualquier situación que altere el equilibrio psicológico de cualquier persona hay una serie de reacciones normales que se pueden englobar en un perfil de síntomas, que contempla cinco esferas sintomáticas:

  • Conductual (irritación, facilidad de enojo)
  • Afectiva (tristeza, sin ánimo de realizar actividades).
  • Somática (latidos irregulares, cansancio).
  • Interpersonal (relaciones sociales afectadas).
  • Cognoscitiva (atención deficiente, fallas en la concentración).

En cada uno de los momentos de la pandemia, desde la fase de amenaza, impacto y posimpacto, la salud mental ha cambiado”.

Queda un tema clave para un futuro cercano. Nuestra esperanza es la vacunación a corto plazo, para toda la población.  La  prioridad tendrá su foco en los grupos vulnerables, donde están incluidos los adultos mayores, absolutos protagonistas que motivan este artículo.

Liliana Hebe Chiovino. Médica dermatóloga. Ex médica de planta de la División Dermatología del Hospital Dr. Teodoro Álvarez.
Leonardo Fernández Irigaray. 
Médico oftalmólogo. Jefe del Servicio de Estrabismo en la Clínica de ojos Dr. Nano, provincia de Buenos Aires. Secretario general del Consejo Latinoamericano de Estrabismo (CLADE).
Claudio Martín Loria. 
Licenciado en Psicología y en Enfermería. Especialista en cuidados paliativos. Psicooncólogo de Red paliativa. Docente  de la Universidad Católica Argentina.
Claudio Pérez Simoes. 
Médico pediatra. Servicios de Pediatría de los hospitales Dr. Pepe Olaechea de Pinamar y del Municipal de General Madariaga, provincia de Buenos Aires.
Se formaron en comunicación en salud en la Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), de la Asociación Médica Argentina (AMA).

Bibliografía

Brooks, S. K., Webster, R. K., Smith, L. E., Woodland, L., Wessely, S., Greenberg, N., & Rubin, G. J. (2020). The psychological impact of quarantine and how to reduce it: rapid review of the evidence. The Lancet, 395(10227), pp. 912–920. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(20)30460-8

Mendoza Velásquez, J.J. “Panorama de la salud y la enfermedad mental después de 2020”.  Medscape en español. 5 de noviembre de 2020.

Naciones Unidas. CEPAL. “COVID-19. Recomendaciones generales para la atención a personas mayores desde una perspectiva de derechos humanos”. 2020.

Planchuelo-Gómez, Álvaro; Odriozola-González, Paula; Irurtia, María Jesús; de Luis-García, Rodrigo. “Longitudinal evaluation of the psychological impact of the COVID-19 crisis in Spain”. Journal of Affective DisordersVolume 277, 1 December 2020, pp. 842-849  https://doi.org/10.1016/j.jad.2020.09.018