Ustedes se preguntarán, ¿qué tiene que ver la Reina Máxima de los Países Bajos con nuestra alimentación? Bueno, estrictamente: nada, pero hay un mito de que las zanahorias naranjas fueron domesticadas en esa región en honor a la Casa de Orange. La realidad de las zanahorias es que podemos encontrarlas de muchos colores, con diferentes combinaciones de antocianinas que les confieren colores como el negro, púrpura, amarillo, blanco, rojo y naranja. Sin embargo, cada vez que vamos a la verdulería por estas latitudes, solo encontramos las “hegemónicas” zanahorias naranjas. Se han descrito muchos eventos de domesticación de las diferentes variedades de zanahorias en China, medio oriente y Europa. Estudios genéticos establecen el desarrollo y estabilización de las variedades naranjas de las zanahorias en el siglo XVI en los Países Bajos. Aunque no hay evidencias de que este hecho tenga nada que ver con un homenaje a Guillermo de Orange. Actualmente se reconoce que la casa real aceptó el color naranja como una identificación y luego asociaron diversos alimentos y objetos naranjas a su identidad, entre ellos, las zanahorias popularizando uno de sus colores.
Pero esa no es la única anécdota alrededor de las zanahorias. Un piloto de la segunda guerra mundial llamado John Cunningham, apodado Ojos de Gato (Cat Eyes), fue famoso por el gran número de aviones alemanes que derribó en las incursiones nocturnas sobre el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. El ejército británico montó una campaña publicitaria que relacionaba una dieta rica en zanahorias por parte de John Cunningham con una visión nocturna superior.
Ahora bien… la verdad de la milanesa (o de la zanahoria) es que un grupo de científicos británicos había desarrollado un sistema de radar que, instalado en los aviones, los guiaba hasta el punto donde se encontraban los bombarderos alemanes. Es real que la deficiencia de vitamina A se relaciona con ceguera nocturna, pero un exceso de consumo de zanahorias probablemente nos dejará con las palmas de las manos anaranjadas y no con una visión nocturna extraordinariamente superior.
Para continuar con la segunda curiosidad relacionada con los alimentos, entre 2014 y 2016 se hallaron los restos de dos barcos The Terror y Erebus que partieron desde Inglaterra en mayo de 1845 al mando del capitán Sir John Franklin y 128 tripulantes. La misión de estas embarcaciones era encontrar un nuevo paso en el Ártico que uniría los océanos Atlántico y Pacífico en una nueva ruta. Encontrar este paso permitiría que los comerciantes europeos tuviesen un acceso rápido y fácil a los mercados de Oriente. Ambas embarcaciones fueron vistas por última vez por tripulantes de unos barcos balleneros en julio del mismo año. A pesar de no tener noticias de ellos por varios meses, su búsqueda solo se inició más de dos años después de su partida ya que los buques contaban con provisiones para tres inviernos.
Las misiones de rescate no fueron exitosas, recién en agosto de 1850 se encontraron los primeros signos en la isla Beechey. Había huellas de fogones y pistas de trineos junto a una pirámide de unas 600 latas de comida vacías. También se encontraron tres tumbas con lápidas fechadas en enero y abril de 1846. En 1854 algunos miembros del pueblo inuit relataron que habían encontrado, años antes, una escena aterradora con cadáveres dispersos en tiendas de campaña y debajo de un bote volcado; muchos de los cuerpos habían sido cortados y hallaron también restos humanos en ollas; había treinta muertos en ese lugar y otros cinco fueron encontrados en una isla cercana. Para hacer la historia corta: es un tema sumamente interesante y que amerita seguir investigando si el lector está interesado.
En 1981, un equipo de una universidad de Canadá viajó a una de las islas donde se habían hallado restos humanos para someterlos a técnicas forenses. Los resultados arrojaron marcas de cortes de cuchillo compatibles con canibalismo y evidencias de escorbuto, a pesar de que en esa época ya se conocía la enfermedad y se sabía cómo prevenirla. De hecho, desde 1775 la Royal Navy tenía órdenes de llevar jugo de limón a bordo en las expediciones y, como en el siglo XIX ya se sabía que se perdían las propiedades antiescorbúticas cuando se exponía el jugo al aire, debía ser preservado con una capa superior de aceite de oliva y sellado con un corcho. Probablemente la prolongación del tiempo de la exploración haya atentado contra cualquier medida antiescorbuto que hubieran tomado, aunque evidencias más recientes no apoyen de forma concluyente esta causa de muerte o, por lo menos, no para la mayoría de los miembros de la tripulación.
Durante muchos años se pensó que otra de las causas de muerte de la tripulación podría haber sido la intoxicación con plomo ya que en esa época se utilizaba este metal tanto para el sellado de las latas como de las juntas de las cañerías de agua. Pero, estudios recientes han indicado que los niveles de plomo hallados en los restos no apoyan esta hipótesis. Probablemente la respuesta final sea una combinación de factores como neumonía, tuberculosis, escorbuto, una tripulación debilitada por el hambre en un ambiente más que hostil, aunque aún no se tenga una respuesta concreta sobre lo que ocurrió. Probablemente, no se la tenga nunca.
Y, para terminar con en esta maravillosa avant garde época victoriana, comentaremos uno de los usos y costumbres de la época que resultaron tener consecuencias bastante catastróficas. En esta pujante época, la rápida industrialización fue separando a los productores de los consumidores y hubo un aumento en la especialización y la comercialización de productos. Esto generó un campo fértil para el fraude y, entre otros alimentos, fue la leche una de las protagonistas. En la Inglaterra Victoriana, la leche era difícil de conseguir ya que el rápido crecimiento de Londres empujaba a los agricultores cada vez más lejos de las ciudades. Sin los adelantos tecnológicos con los que contamos hoy (camiones refrigerados, por ejemplo), podrán imaginarse cuál era el estado en el que llegaba gran parte de la leche a los consumidores. Por ese motivo, comenzó la práctica, bastante peligrosa pero con una considerable aceptación, de utilizar bórax para tratar la leche en mal estado. Tanto así, que las amas de casa victorianas utilizaban este compuesto para neutralizar el sabor ácido de la leche mal conservada y hasta, inclusive, esta práctica era recomendada en un famoso libro con consejos para la gestión del hogar. Este químico no solo es tóxico per se sino que no elimina las bacterias de la leche, simplemente hacía que la leche fuera “tomable”, por lo pueden imaginarse las consecuencias adversas, en especial, porque los principales destinatarios de este alimento eran los bebés y los niños. Y hasta aquí llegamos con algunas curiosidades, mitos y misterios históricos sobre los alimentos.
Bibliografía
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Carolina Cagnasso es bioquímica, doctora de la Universidad de Buenos Aires y docente de la cátedra de Bromatología, Facultad de Farmacia y Bioquímica, Universidad de Buenos Aires (FFyB-UBA)