Un derrotero para comprender la transmisión del conocimiento farmacéutico, que queda evidenciado aquí al analizar un tipo de medicamento utilizado durante largo período y en una extensa región geográfica: la bilis de ciertos animales para la visión, en uso desde la Antigüedad hasta el Renacimiento. Desandar el largo y sinuoso camino de las prescripciones médicas es de interés no solo para la Historia de la Farmacia, sino que cuando se las estudia en sus lenguas originales, y en su contexto histórico, adquieren relevancia también para las Humanidades.
La bibliografía acerca de la Historia de la Medicina, comprendida como parte de la Historia de la Ciencia, es variada y abundante. En ella, por lo general, suele dedicársele una pequeña sección a la Historia de la Farmacia. Si bien es cierto que además existe bibliografía específica sobre la Historia de la Farmacia, esta desarrolla una temática cronológica, sin detenerse demasiado en los temas intrínsecos referentes a la profesión: las prescripciones médicas en cuanto a su indicación terapéutica, fórmula cuali-cuantitativa, operaciones farmacotécnicas, método de conservación, dosis y vía de administración.
Pues bien, estos datos de interés, en principio, solo para la Historia de la Farmacia, son interesantes además para las Humanidades, si se los estudia en sus lenguas originales teniendo en cuenta el contexto histórico. Esta modalidad de estudio es el único método certero para comprender la transmisión del conocimiento farmacéutico.
Podemos evidenciarlo al analizar un tipo de medicamento utilizado durante largo período y en una extensa región geográfica: la bilis de ciertos animales para la visión. Este medicamento representa un tipo de medicina utilizada desde la Antigüedad hasta el Renacimiento. Durante la Antigüedad, es decir, desde que tenemos registros a partir del año 3000 a. C., sabemos que la salud y la enfermedad no podían ser comprendidas fuera del ámbito religioso, donde la intervención divina, el ritual mágico-religioso realizado por el médico-sacerdote y sus preparados farmacéuticos empíricos era determinante.
Ahora bien, durante la Antigüedad Clásica, es decir el período de la Grecia Antigua, Helenístico, Romano y Bizantino, el concepto de la medicina comenzó a cambiar. A partir de Hipócrates (s. V a. C.) ya no se concebía la salud-enfermedad como sujetado a la intervención divina, sino a la teoría humoral que permitía curar mediante el razonamiento, dejando un poco de lado (aunque no del todo) la medicina antigua empírica y mágico-religiosa.
Esa teoría, llamada también “de los cuatro humores”, proponía que las sustancias que gobernaban aquel equilibrio eran: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Cualquier desequilibrio en alguno de estos componentes era causa de enfermedad y bastaba con reequilibrar aquel que se encontraba en exceso o en defecto para recuperar la salud. Para lograrlo, recurrían a sustancias que estaban relacionadas con las cualidades humorales: calor, frío, húmedo y seco. Es decir, al administrar un medicamento que brindara calidez, frialdad, humedad o sequedad se podía revertir la enfermedad. Este sistema de medicina clásica, también llamada hipocrática o científica, se utilizó hasta el siglo XVII en Europa. No obstante, algunas antiguas prácticas astrológicas, mágico-religiosas, y sobre todo empíricas, aún se seguían utilizando en menor medida, como la bilis de ciertos animales.
La bilis de ciertos animales para mejorar la vista
Este medicamento de carácter empírico se ha utilizado casi durante 3000 años para tratar la ceguera nocturna, conocida como nictalopía, cuya etiología puede deberse a la falta de vitamina A que se encuentra abundantemente en el hígado, de donde se obtiene la bilis.
El Papiro de Ebers hallado en Luxor-Egipto redactado en escritura hierática (una especie de jeroglíficos simplificados), data del año 1159 a. C. Es un tratado de medicina, cuya parte farmacéutica describe diversos casos clínicos. En la Antigüedad, solían describirse las diferentes enfermedades desde la cabeza hasta los pies, mencionando el medicamento a utilizar junto al método de preparación, la dosis, entre otros. Uno de los medicamentos allí descriptos es la bilis para ciertos problemas en la visión, que indica:
“La bilis del hígado de vaca, si se fríe, se enfría y aplica en los ojos, da excelentes resultados para la ceguera nocturna”.
La misma prescripción médica aparece en una tabilla cuneiforme hallada en Uruk (actual Iraq), redactada en acadio unos 500 años más tarde:
“Se recomienda comer hígado para la ceguera nocturna”.
Además de la ceguera nocturna, la bilis estaba prescripta para otras enfermedades que dificultaban la visión: una conjuntivitis causada por una Chlamydia que produce un exudado purulento y puede conducir a la ceguera, podía ser resuelto con aquel medicamento. El libro de Tobías del Antiguo Testamento, escrito en Palestina en el año 200 a. C. en arameo, indica:
“Úntale los ojos con la bilis del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se caigan como escamas”.
La prescripción de la bilis para la ceguera nocturna, es retomado por Dioscórides (s. I d. C., actual Turquía) en su obra De materia medica escrita en griego. Su obra trata acerca de medicamentos simples de origen animal, vegetal y mineral:
“La bilis de cabra tostada, si se unta en los ojos, es buena para los problemas de visión nocturna”.
Como el griego a partir de las conquistas de Alejandro Magno (s. IV a. C.) pasó a ser la lengua culta de un vasto imperio, es común encontrar el mismo texto en esa lengua, en regiones y períodos diferentes. Sin embargo, en el Próximo Oriente se tradujeron del griego al arameo varios textos científicos, entre ellos un tratado de medicina denominado El libro de las medicinas. Allí también aparece la bilis para la vista (s. VI d. C.):
“Contra los ataques de oscuridad en la vista, mezclar bilis de cabra con miel, y aplicar en los ojos”.
Tanto el griego como el arameo cayeron en desuso a partir de la conquista islámica del Próximo Oriente, el Norte de África y parte de la península Ibérica. A partir de entonces, la nueva lengua para la ciencia será el árabe.
El médico Abuleli (s. X d.C., Al-Andalus) en su Libro de las experiencias, indica:
“Para el que padece de ceguera nocturna en sus ojos, es decir, para quien no ve durante la noche: se toma hígado de cabra, se corta en tiras, se le espolvorea encima pimiento picante machacado y un poco de bórax armenio, se coloca sobre una brasa suave y con esa agua se efectúa una alcoholación de ojos. Después, se toma el resto del hígado, se parte en dos trozos, se pone en una marmita de hierro y se le vierte agua hasta el borde; entonces, se tapa la marmita, se le enciende una lumbre lenta hasta que esté totalmente cocido; y, cuando sepas que ya está cocido, apartas la marmita del fuego y le ordenas al enfermo de ceguera nocturna que se eche ropa sobre la cabeza y que se incline encima de la marmita de forma que el vapor suba hasta su cara, teniendo cuidado que no se desperdicie nada del vapor hasta que llegue a sus ojos, su cabeza y otras partes de su cara. Eso suprimirá la ceguera nocturna, intensificará su mirada y hará mejorar su vista”. (Traducción de Cristina Álvarez Millán).
¿Qué sucedía en la Europa latina, mientras el Oriente griego, árabe y arameo reelaboraba textos científicos? A mediados del siglo VI d. C., por las migraciones de los pueblos germánicos, Europa acentuó aún más la pérdida de una parte de la herencia intelectual griega, mientras que otra fue conservada, de manera fragmentada, en textos latinos. Hasta el período del Renacimiento, los textos griegos rescatados en arameo y árabe, entraron a Europa a través de Salerno (Italia) y Toledo (España). En Salerno funcionó la primera Escuela de Medicina en latín, mientras que en Toledo florecía una escuela de traductores. Ambas escuelas se encargaron de traducir del árabe al latín los textos médicos, permitiendo que en el siglo XIII se completase en Occidente lo que por circunstancias históricas no llegó a realizarse durante la Edad Media inicial.
De esta manera, encontramos también en lengua castellana el mismo medicamento, indicado en el s. XVI. Andrés Laguna, médico humanista dedicado a la farmacología y la botánica, tradujo del latín al castellano De materia medica de Dioscórides, realizando adiciones y comentarios:
“La hiel de la cabra, la cual es útil contra las cataratas recientes, contra la oscuridad de la vista, contra las nubes que se crían en los ojos”.
Mediante la ruta lingüística antes descripta (egipcio, acadio, arameo, griego, arameo nuevamente, árabe, latín, castellano) pudimos evidenciar la transmisión del conocimiento farmacéutico como método empírico, analizando la prescripción médica de la bilis de ciertos animales para mejorar la visión.
Dr. Marcelo L. Wagner
Director del Museo de Farmacobotánica “Juan A. Domínguez”
Profesor titular, Cátedra de Farmacobotánica
Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA
Dr. Daniel J. Asade
Etno-farmacobotánica de la Antigüedad y la Edad Media
Museo de Farmacobotánica “Juan A. Domínguez”
Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA
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