En el contexto de pandemia, la demanda sanitaria fue sustancialmente diferente y el rol de los profesionales de la salud cambió ante las nuevas exigencias de un marco desconocido. En esta nota el doctor Eduardo Lagomarsino describelas experiencias y vivencias que han experimentado en el ejercicio de la Farmacia Clínica. En especial, qué cambios debieron implementarse en las rutinas de trabajo y qué impactos han tenido.
Los tiempos de pandemia fueron evolucionado desde el miedo, luego la incredulidad, después el descontrol y, finalmente, la rebelión. Fue un momento difícil que, si bien no nos tomaba por sorpresa, dada la información que llegaba desde Europa, no nos dio tiempo suficiente para preparar a nuestro debilitado y olvidado sistema de salud, y hacer frente en forma eficaz a una ola de contagios creciente con un virus devastador, que se llevaba todo por delante, con tal estirpe particular que hasta era selectivo para dañar más a alguna parte especial de la población, sin diferenciar entre ricos y pobres pero haciendo una clara distinción entre jóvenes y ancianos.
Abundaron los momentos de incertidumbre frente a una situación inusitada, de esas que no se aprenden en las aulas. Se desconocían comportamientos exitosos que hubiesen sido previamente utilizados en algún lugar del planeta. Se podía tomar, entonces, varios caminos: o paralizarse por miedo, o bien considerar que estábamos frente a una oportunidad para aprender de lo desconocido, siempre y cuando este aprendizaje no costara la vida de los más grandes, dicho con cariño ´de nuestros abuelos´, de los más débiles, de la tercera edad; o de quienes por su situación de salud previa representaran un riesgo mayor que lo habitual.
Nuestra primera reacción para defendernos fue el Aislamiento social preventivo obligatorio (ASPO). Enseguida recordamos los tiempos del virus H1N1 de unos años atrás, cuando esta medida resultó exitosa. Pero luego nos dimos cuenta de que este nuevo agresor tenía más vocación por el contagio y una gran atracción por los más débiles que no estaban aptos para defenderse y que, como dije, fue un hecho del que solo fuimos aprendiendo mientras transitábamos la pandemia global.
En medio de esta desorientación hubo que adaptarse a una nueva realidad y revisar nuestros trabajos y rutinas para ajustarnos a las reglas que cambiaban todos los días. Debimos implementar nuevos circuitos y procedimientos, que implicaba protocolizar toda actividad a cada paso, pensando que esta nueva forma de comportarnos iba a ser también nuestra mejor manera de defendernos. A diario, nuevas informaciones llegaban del Este, hacia donde mirábamos continuamente para aprender de quienes nos llevaban un par de meses de ventaja, con el fin de no cometer los mismos errores que ellos ya habían experimentado.
LARGAMENTE IGNORADOS Y DE REPENTE… ´HÉROES´
Repentinamente, la sociedad empezó a prestar atención a la información que provenía de la ciencia, creyendo que aquellos que se dedican a estudiar estos fenómenos tenían en sus manos la solución. Ahora sí se escuchaba a los científicos, que habían sido olvidados durante años sin que parecieran importarle a nadie. Y, a pesar de no haberles brindado los recursos adecuados oportunamente, pensaron que eran los científicos quienes tenían ´la respuesta´. Y ni que hablar de los profesionales de la salud, así por ejemplo, los ciudadanos, en un raro homenaje, salían por las noches a las ventanas y los balcones para aplaudirlos y agradecer su abnegada labor; a esos mismos a quienes no apoyaron cuando habían sido atacados, y no solo ellos sino la salud en general.
Los medios de comunicación también sacaron tajada haciendo el trabajo sucio al que ya nos tienen habituados, así nos ametrallaban todos los días con números fríos de infectados y muertos como si las medidas que se tomaban debieran reflejar una respuesta inmediata. Pero no solo eso, sino que también acompañaban este aluvión de datos alarmantes con opiniones personales teñidas de viejas grietas, desconociendo ex profeso las consecuencias nefastas que genera la difusión irresponsable de informaciones no debidamente confirmadas, denominada infodemia, y que acompañó —y sigue haciéndolo— a esta pandemia desde los medios de comunicación que con mucha frecuencia deforman las voces de la ciencia y la razón.
Y con esta mediatización de la información se llegó a su politización, tanto así que, de acuerdo con el color que identifica a quien difunde la información, esta puede resultar leve o totalmente diferente. Ante tal confusión generada, sobrevino el descreimiento de la sociedad, y luego la proliferación de teorías inverosímiles y la conspiranoia, que profundizó las divisiones en una sociedad hace rato atravesada por la grieta política, justo en el momento en que debía unirse para tomar medidas responsables y combatir a un virus exterminador en forma conjunta. Lograron, así, incrementar aún más esta brecha existente por muchos motivos políticos y económicos previos, y dejaron a la ciencia en un lugar cuestionado en vez de conferirle el papel de inspiración de nuestras decisiones racionales.
Mientras tanto, el personal de salud comenzaba a exhibir un cansancio acumulado donde los esenciales seguían trabajando con problemas a diario con el trasporte público o los controles interminables en avenidas o autopistas. La situación fue, entonces, agotando el recurso humano de salud y seguridad, preponderantemente, que no por casualidad fueron quienes mayor número de caídos tuvieron en el primer pico de infectados.
También hubo que adaptarse a las nuevas formas de comunicación, por un lado la separación métrica, el uso de los elementos de protección; comenzamos a aprender sobre tipos de telas y barbijos, la eficiencia de los N95, los materiales hidrófobos y camisolines descartables, la utilización de barreras. A lo que se sumó la incorporación del teletrabajo y el mantenimiento de una distancia social que despersonaliza la dispensa de medicamentos, y la telefarmacia como una forma de atención diferente a la habitual, con distancias pintadas en el suelo y colas en la calle por fuera de las oficinas de farmacia, cuyos interiores en épocas de prepandemia siempre habían estado atestados de pacientes. Estos protocolos se trasladaron además a los supermercados y negocios esenciales que no disponían de ventilación adecuada.
Pero, además, la urgencia del presente no daba tiempo para abordar los problemas de salud de las poblaciones afectadas por enfermedades crónicas que dejaron de recibir los controles necesarios; por un lado, debido a que los hospitales estaban llenos de casos sospechosos y, por otro, dado el riesgo de concurrir a lugares donde los pacientes crónicos pudieran ser contagiados por quienes portaban el virus. Es una verdad de Perogrullo, pero hay que recordar que las guardias de hospitales son muy concurridas y siempre hay muchísima gente. Y, por más que se intentara que no hubiese cambios en la calidad de atención, resultaba de muy difícil logro ya que era imposible resolver la demanda con los recursos disponibles. Éramos conscientes, así, de que estas demandas insatisfechas de poblaciones de riesgo dejarían, inevitablemente, secuelas en el futuro.
Y COMO SI LO VIVIDO NO HUBIERA SIDO SUFICIENTE
En marzo de 2021, al cumplirse un año de nuestra nueva forma de vivir, y cuando parecía que ya estábamos listos para volver a la ansiada normalidad que tanto extrañamos, el enemigo nos asesta un nuevo golpe llamado segunda ola. Vuelve, entonces a estar jaqueado el sistema de salud que, si bien ya se encuentra más preparado para enfrentarla, lo hace con sus energías disminuidas y el agotamiento lógico de quien no tuvo el descanso necesario.
Pero, mientras tanto, los jóvenes no comprendieron el peligro de contagio y trasmisión por no ser el blanco preferente que este virus ha elegido atacar; y de esta forma, con su comportamiento irresponsable hicieron subir los números de casos hasta récords insospechados, retrotrayéndonos casi a la fase uno, otra vez.
Como corolario alentador, confío en que la ciencia y los profesionales de la salud podrán encontrar el camino de la redención. El advenimiento de las vacunas constituye ya de por sí una luz de esperanza, junto al hacer infatigable de una ciencia urgente o ´apurada´, puesta en duda por los mismos conspiradores de siempre que hoy la cuestionan por la premura que ha debido imprimir a su trabajo. Podrá decirse que, por ahora, se están obteniendo triunfos magros, pero al menos esos logros podrán permitirnos volver a los abrazos prohibidos, al contacto con los seres queridos y a una nueva normalidad. Y que, entonces, por un tiempo los profesionales de la salud volvamos a ser quienes cuidan a los débiles y dejemos de ser los héroes que, de modo injusto e indolente, y con la más dolorosa indiferencia, la mayoría de la gente no reconoció hasta tanto no hubo una imperiosa necesidad de su trabajo, todos los días sin parar.
UN EPÍLOGO: DUELE LA INDIFERENCIA DE LA GENTE BUENA
“No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”, se lamentaba Martin Luther King. Tal vez esta pandemia que nos avasalla permita un llamamiento al compromiso y la empatía de los ciudadanos con la salud, la educación, la solidaridad, la equidad y tantas otras áreas y valores del bien común. Buena oportunidad para repensar en la necesidad de adoptar una postura alerta, crítica y comprometida, como nos ha propuesto el poema Ellos vinieron (también conocido como Los indiferentes o Por mí vinieron), atribuido al genial dramaturgo alemán Bertold Brecht, aunque numerosos estudios reclaman que es de autoría del pastor protestante alemán Martin Niemöller (ver nota aclaratoria*). Es lo deseable, quizás resulte posible, No vaya a ser que, apesadumbrados, debamos decir: “Ahora están golpeando mi puerta,…; ya es demasiado tarde…”.
“Primero apresaron a los comunistas, y no dije nada porque yo no era un comunista. / Luego se llevaron a los judíos, y no dije nada porque yo no era un judío. / Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada porque yo no era ni obrero ni sindicalista. / Luego se llevaron a los católicos, y no dije nada porque yo era protestante. / Ahora están golpeando a mi puerta, vienen a llevarme a mí; ya es demasiado tarde, no hay nadie más que pueda protestar.”**
Notas aclaratorias
*Para adentrarse en la polémica sobre la autoría de Ellos vinieron, ver:
https://www.ersilias.com/primero-se-llevaron-a-por-cipe-lincovsky
**Hemos reproducido una de las varias versiones circulantes, por haber sido la más difundida en estas geografías.
Eduardo Lagomarsino es doctor en Farmacia por la Universidad de Buenos Aires; profesor titular de Farmacia Clínica y Asistencial de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA; farmacéutico clínico del Hospital de Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan, y consultor sobre Farmacia oncológica para el Instituto Nacional del Cáncer.