La atávica concepción sobrenatural de la epilepsia derivó en la estigmatización de los pacientes. Lamentablemente, todavía hoy, tanto la enfermedad como el estigma que acarrea siguen atados a creencias arcaicas, prejuicios y supersticiones.
Discuto sobre la enfermedad llamada “sagrada”. Esta no es, en mi opinión, ni más divina, ni más sagrada que cualquier otra enfermedad, pero tiene una causa natural.
Este origen, como el de cualquier otra enfermedad, recae en la herencia. El hecho es que la causa de esta afección está en el cerebro. Mi propio punto de vista es que quienes inicialmente le atribuyeron el carácter de sagrado a este mal fueron los mágicos, purificadores, charlatanes de nuestro propio día, hombres que demandan piedad y un conocimiento superior. Sintiendo una pérdida, o no teniendo tratamiento para ayudar, ellos se encubren y se refugian en la superstición, y llaman a esta enfermedad sagrada a fin de que su absoluta ignorancia no sea manifiesta.
Hipócrates de Cos1
(Cos, circa 460 a. C. – Tesalia, circa 370 a. C.)
En un sociolecto juvenil se podría decir: “Hipócrates la tenía re-clara…”, la epilepsia ni es más “divina”, ni es más “sagrada” que cualquier otra enfermedad. Parece una obviedad, sin embargo seguimos sumergidos en un océano de ignorancia, prejuicios y supersticiones que provoca en un número significativo de congéneres miedo, rechazo y extrañeza frente a quienes padecen epilepsia.
La primera descripción por escrito de una convulsión epiléptica es de 2000 a. C., en un texto en acadio, lengua de la antigua Mesopotamia. Allí se refiere a un paciente con sintomatología similar a la epilepsia: “Gira su cuello hacia la izquierda, sus manos y pies están tensos y sus ojos bien abiertos, de su boca brota espuma sin tener ninguna conciencia de lo que está sucediendo”. Frente a este cuadro, sobrevenía inexorablemente un exorcismo, porque la persona había sucumbido a la influencia del Dios de la Luna, que la hacía sufrir una posesión, antasubbû, o “la mano del pecado”.
Los babilonios también conocían la epilepsia, de hecho la describieron de manera clara y la atribuyeron a espíritus malignos. Así también, en textos médicos del Antiguo Egipto, como el papiro quirúrgico Edwin Smith (1700 a. C.) se encuentran referencias a la enfermedad. La epilepsia era considerada un castigo de los dioses y se la concebía como mágica. Se pensaba que ingresaba por la vista, y su tratamiento consistía en cerveza fermentada, salvia, mostaza, mirra, malaquita y trementina de acacia. Se practicaban, además, trepanaciones para liberar a los demonios causantes de las convulsiones. Por entonces el ´médico´, llamado sunu, recibía formación en el uso de plantas medicinales, pero también en la aplicación de la magia; no se lograba por cierto establecer una separación neta entre ciencia-religión-magia.
El código Hamurabbi (1790 a. C.) incluye leyes relacionadas con la epilepsia, así, se podía devolver a un esclavo y solicitar el reembolso del dinero, si Bennu (la epilepsia) se presentaba dentro del mes de realizada la compra. En este plexo jurídico tanto la lepra como la epilepsia eran catalogadas “enfermedades vergonzantes” y, por ello, se prohibía a quienes la padecían casarse y declarar en juicios.
¿Y QUÉ PASABA ALLÁ LEJOS… POR EL ORIENTE?
El padre de la Medicina hindú, Atreya (900 a. C., circa), en el compendio Charaka Samhita, la definió como un paroxismo de pérdida de la conciencia, debido a un disturbio de la memoria y de la mente con crisis convulsivas; y se la llamaba apasmara. Como explica la investigadora Louise Jilek-Aall, del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Columbia Británica, Canadá, para el s. VI a. de C., el reconocido médico hindú Sushruta, dentro de la tradición de Ayurveda, describió varias formas clínicas de la epilepsia; pero como ocurría también en otras partes del mundo, la consideraba una enfermedad demoníaca. Así es que, si bien se le reconoce a Sushruta haber estado adelantado a su tiempo al aducir teorías psicofisiológicas como causa de la epilepsia, finalmente establecía que los pacientes piensan que el cuerpo convulsiona por “ser oscuro y sobrenatural”.
Según los investigadores Chi-Wan Lai y Yen-Huei C. Lai, del Departamento de Neurología de la Universidad de Kansas, EE.UU., las referencias a la epilepsia ya aparecen en los inicios de la Medicina china, en El Libro Clásico de Medicina Interna del Emperador Amarillo de Huang Di Nei Ching, escrito como diálogos, y cuya autoría individual o colectiva no ha podido demostrarse pero se piensa que puede ser resultado de escritos colectivos de un grupo de médicos chinos entre los años 770 y 221 a. C. En el segundo de sus volúmenes, titulado Ling-Shu, se describe a la epilepsia como “un ataque en el cual el paciente se vuelve loco de forma súbita, nota una sensación de peso y dolor en la cabeza, permanece con los ojos enrojecidos, entonces sobreviene la agitación” y se la denominaba dian.
LA EPILEPSIA EN EL MUNDO GRECOLATINO
Por su parte, los antiguos griegos pensaban que solo un dios podía arrojar a las personas al suelo, privarlas de sus sentidos, generarles convulsiones y traerlas nuevamente a la vida, aparentemente muy poco, o casi nada, afectadas. La creencia de que eran dioses quienes provocaban los ataques reforzaba la concepción, que ya venía de tiempos anteriores, de que la epilepsia solo podría ser un fenómeno sobrenatural.
En Roma, Tito Macio Plauto (254-184 a. C.) y Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.), entre otros, se refirieron a la epilepsia como una enfermedad anímica, un vicio, una pasión, un movimiento o estado desarreglado del alma”; de allí morbus divinus o morbo sacro (“Divinus, ad um”: propio de, o perteneciente a los dioses), es decir ´La Enfermedad Sagrada´. También, el escritor romano más importante del siglo II, Apuleyo de Medaura (África, n. 123/5 – m. circa 180), utilizaba este término para referirse a la epilepsia. La fama y el reconocimiento de que gozaba Apuleyo en su tiempo influyeron para que tal nombre se difundiera ampliamente. Es de destacar, en cambio, que Hipócrates de Cos, como se muestra en el epígrafe que precede a esta nota, ya había advertido varios siglos antes que la enfermedad sagrada no era tal, y prefería denominarla de un modo si se quiere más objetivo, morbus maior, es decir Gran Enfermedad.
En la Antigua Roma se había registrado una curiosa denominación para una de las manifestaciones de la enfermedad: morbus comicialis. Implicaba que, si estuviera realizándose un comicio, y alguno de los presentes sufría un ataque epiléptico, el acto debía suspenderse de inmediato dado que se requería una urgente ´purificación´ para impedir el contagio. Otros historiadores han interpretado que esta medida no obedecía al celo por resguardar la salud de los demás sino, más bien, porque la crisis epiléptica representaba un signo de mal augurio.
Otra denominación que recibió fue morbus pueri o enfermedad del niño, debido a la aparición y prevalencia en este grupo etáreo, aunque también por la creencia en su carácter hereditario y contagioso. En este sentido, ya Hipócrates en su obra Aforismos señalaba que los niños son propensos a las convulsiones. Por su parte, Quinto Sereno Samonico (n. ? – m. 212 a. C.) atribuía el mal a un dios que actuaba a través de la Luna. El enfermo endemoniado era tabú, intocable, pues el que lo intentara podía ser poseído por el maligno y contraer la enfermedad. Se creía que era probable que las crisis ocurrieran en luna llena, de aquí el nombre de “Enfermedad de la Luna”. Más adelante en la historia, San Mateo (siglo I d. C.) utilizaría el término “lunático” para referirse a un epiléptico que hubiese sido “sanado” por Jesús. Ahora bien, el término “lunar” en latín, además de significar “peca” o “mancha”, tiene variantes con mayor carga negativa ideológica, como en el campo semántico de “mancha”, “afrenta” o “deshonra” (naevus) y “deshonra” o “infamia” (macûla). Así es que la enfermedad solía ser llamada “mal de la deshonra” o “mal de la infamia”, puesto que resultaba deshonroso estar afectado directa o indirectamente por la enfermedad debido a las creencias negativas que la rodeaban.
EN LA EDAD MEDIA
Durante esta etapa histórica, los religiosos suplantaron a los médicos en la teorización sobre la epilepsia, y regresaron entonces las viejas creencias demoníacas. La influencia que por siglos habían ejercido las teorías naturalistas de los médicos griegos se perderá por completo en este tiempo. Los epilépticos eran sistemáticamente escupidos para evitar el contagio. Esta concepción mágica contribuyó a la idea del epiléptico como ser miserable. Su vida estaba marcada por un estigma social, del mismo modo que sucedió con la lepra. De nuevo la epilepsia será la enfermedad diabólica por excelencia y el epiléptico, un paciente maldito acosado por la incomprensión, el desprecio y, con frecuencia, la ira de sus congéneres, como se destaca en la publicación Ápice, de la Asociación Andaluza de Epilepsia.
Y POR AQUÍ… CÓMO ANDÁBAMOS
Los investigadores de la Academia Mexicana de Pediatría, Francisco Javier Carod-Artal y Carolina Vázquez-Cabrera realizaron un interesante análisis transcultural de diversas etnias de África central y Centro y Sudamérica. Así, relatan que en el África tradicional la epilepsia va ligada al mal de ojo. Por ejemplo, en la etnia wangoni, de Songea, Tanzania, el ritual curativo exige la depilación completa del cuerpo con cristales, o bien, someter al ostracismo a quien la padece para evitar la ´mala influencia´
Para algunas culturas mesoamericanas la epilepsia es causada por algún abuso sufrido por el alma animal acompañante del individuo, tras una contienda entre los naguales o espíritus que sirven a las fuerzas del bien y del mal. En América prehispánica, dentro de la cosmovisión de los nahuas (mexicas), la epilepsia era considerada como una forma grave de “debilidad del corazón” y se la llamaba “yolpapatzimiquilitzy”.
Por citar otro ejemplo, en el Perú precolombino, la epilepsia se atribuyó –para variar– a causas sobrenaturales; por lo tanto, su curación debía realizarse por medios mágico-religiosos. “La medicina tradicional indígena emplea remedios herbolarios, rituales, curaciones espirituales o combinaciones de todas las anteriores”, destacan Carod-Artal y Vázquez-Cabrera. Y advierten, para mayor gravedad: “Más del 80% de los pacientes epilépticos utilizan estos recursos en el Tercer Mundo como única terapia”, todavía hoy.
COLOFÓN
Se podría haber continuado la reseña para abarcar el tratamiento que recibió la enfermedad en la Edad Moderna y la Contemporánea. Pero, baste señalar que hallaríamos prácticamente lo mismo. Sin ir más lejos, en los EE.UU. hasta 1956 en 18 Estados se les prohibía a las personas con epilepsia contraer matrimonio, y recién en 1980 el último estado que mantenía este estigma lo abolió. Incluso más, en ese país hasta 1970 era legal negarles la entrada a restaurantes, teatros, centros recreativos y otros espacios públicos. Y hoy, en la segunda década del siglo XXI, queda todavía mucho por hacer.