8 minutos

La pandemia expuso a niños y niñas a situaciones impensadas, propias de adultos, sin que estuviesen preparados emocional o psicológicamente: miedo a un enemigo invisible, al contagio y la muerte, pérdida de hábitos y rutinas, aislamiento de abuelas y abuelos, amigos y congéneres, y en los casos más graves, al duelo por la muerte de familiares. Se ha comenzado a hablar de una generación de niños ´juguetes rotos´. Si bien esto alude a menores expuestos al ojo público, a la fama, muy precozmente como los niños cantantes o actores que de modo repentino caen en el olvido, bien podría aplicarse a quienes durante este año en el mundo no pudieron disfrutar de ser niños. En todo caso, el ´juguete roto´ no deja de ser una metáfora de que todo lo que funcionaba en nuestra vida ha dejado de funcionar, de todo lo que ya no está, de que todo tiene fecha de caducidad.

La pandemia por el SARS-CoV-2 ha motivado el establecimiento de cuarentenas para proteger la salud y la seguridad de las personas, contener la progresión de la enfermedad y reforzar el sistema de salud pública. Aunque estas medidas de contención han podido controlar el brote, existe gran preocupación respecto de los efectos negativos que ha generado en la salud mental de los niños el cierre prolongado de las escuelas y el confinamiento en el hogar.
En este contexto, el gobierno argentino decretó, a partir del 20 de marzo, el aislamiento social preventivo y obligatorio. La población general, y los niños en particular, quedaron confinados en sus hogares, sin escuela, deportes ni contacto con sus pares y familiares cercanos o cuidadores habituales. Los chicos sufrieron los efectos negativos de la cuarentena en su salud, tanto física como mental. El impacto psicológico se manifestó principalmente como síntomas relacionados con la pérdida de hábitos y rutinas, y el estrés psicosocial.
La suspensión de hábitos durante el confinamiento, como no asistir a clases, y la instauración de otros no saludables, como sedentarismo, consumo de dietas poco saludables, patrones de sueño irregulares o mayor uso de pantallas, derivaron también en problemas físicos, además de ganancia de peso.  Las clases presenciales fueron sustituidas por diferentes alternativas online, aunque un porcentaje significativo de escolares no pudo seguirlas al no disponer de herramientas informáticas.
La cuarentena y los aislamientos que acompañaron la pandemia se convirtieron en una fuente de estrés para la población infantil; ahora bien, su grado de impacto dependerá de varios factores, entre ellos la edad. Los menores de 2 años son capaces de extrañar a sus cuidadores habituales y a los familiares directos, como los abuelos; incluso pueden llegar a inquietarse y molestarse por la nueva situación.
Los niños en etapa escolar o mayores pueden mostrarse preocupados por la situación, su propia seguridad y la de sus familiares, además de por ellos mismos. Por ello, es probable que pregunten sobre lo que ocurre y por qué no es posible salir de casa. Ante situaciones de estrés como estas pueden reaccionar de forma intensa o diferente a como lo harían normalmente (tristeza, enojo, miedo). La ansiedad puede manifestarse también con conductas desafiantes como discusiones o desobediencias.
De acuerdo con un estudio de las investigadoras Ginny Sprang y Miriam Silman, publicado en la revista Disaster Medicine and Public Health Preparedness, los niños que vivieron una cuarentena durante una pandemia son más propensos al trastorno de estrés postraumático y de adaptación al dolor respecto de quienes no habían estado expuestos. “Los desastres pandémicos y las respuestas subsiguientes de contención de enfermedades –explican las expertas– pueden crear una condición que las familias y los niños encuentran traumática. Debido a que los desastres pandémicos son únicos, requieren estrategias de respuesta específicas para garantizar las necesidades de salud conductual de los niños y las familias. La planificación para una pandemia debe abordar estas necesidades y las medidas de contención de enfermedades”.
Tras la cuarentena, si se mantienen rutinas y hábitos saludables, y se proporcionan los apoyos necesarios por parte de los cuidadores, es esperable que la mayoría de los niños recuperen su funcionamiento normal, aunque es posible que una minoría requiera de tratamiento psicológico tras el confinamiento, especialmente quienes presentaban problemas psicológicos preexistentes (traumas previos, ansiedad o depresión) o trastornos del desarrollo.
Los niños que han sido separados de sus cuidadores durante la pandemia, ya sea por la infección u hospitalización del niño o de sus cuidadores, o que han sufrido la pérdida de un ser querido serán más propensos a presentar problemas psicológicos, miedo a la infección y ansiedad de separación, por lo que posiblemente necesitarán atención psicológica especializada.
La National Child Traumatic Stress Network, red estadounidense dedicada a mejorar el acceso a la atención y el tratamiento de niños expuestos a eventos traumáticos, informa que la respuesta psicológica al COVID-19 dependerá de la edad del niño. En la etapa preescolar, el miedo a estar solo, el miedo a la oscuridad o las pesadillas, las conductas regresivas, los cambios en el apetito y un aumento de rabietas, quejas o conductas de apego son las reacciones más esperables.
Los niños de 6 a 12 años, en etapa escolar, podrían manifestar irritabilidad, pesadillas, problemas de sueño o del apetito, síntomas físicos como dolores de cabeza o dolores de estómago, problemas de conducta o apego excesivo, así como pérdida de interés por sus compañeros y competencia por la atención de los padres.
Así, estos niños con un apego ansioso establecido con sus padres podrían manifestar reacciones de ansiedad por separación debido a que durante el confinamiento las relaciones con figuras de apego significativas resultan mucho más estrechas. Por ejemplo, niños con este tipo de reacciones exacerbadas podrían rechazar ir al colegio cuando se retome la actividad escolar. De igual modo, niños con rasgos caracteriales de introversión podrían intensificar sus reacciones de timidez al estar alejados de contextos sociales variados; o bien, quienes exhiben tendencia a preocuparse podrían manifestar reacciones ansiosas y anticipaciones aprensivas de amenaza incluso tras la terminación de la cuarentena.
A su vez, el miedo al contagio, incluyendo síntomas cercanos al trastorno obsesivo-compulsivo, podría ponerse de manifiesto en aquellos infantes que han recibido información sobre la COVID-19 excesiva o inadecuada a su edad.
En la etapa posterior al confinamiento sería conveniente detectar y prevenir los problemas psicológicos derivados, para ello lo recomendable es que los padres realicen un seguimiento, sin causar reactividad en los niños; así como que las instituciones escolares emprendan intervenciones de prevención.
El estado de alerta generado por la COVID-19 y todas sus consecuencias suponen un conjunto de estresores que, como ya se dicho, pueden provocar en la población infantil alteraciones psicológicas semejantes a un estrés postraumático. Los niños pueden tener mayor vulnerabilidad si presentan características de estructura familiar, nivel educativo, origen étnico, situación o condición física y/o mental que les haga requerir de un esfuerzo adicional para incorporarse al desarrollo y a la convivencia. Su adaptación y afrontamiento de esta situación está mediada en gran parte por el papel de los padres y de otros agentes sociales relevantes (maestros, familiares, etc.).
En este contexto será necesaria la detección de situaciones de riesgo derivadas de la pandemia y el confinamiento, aplicar programas de prevención indicada cuando concurran factores de riesgo y articular protocolos de atención ante cuadros psicológicos derivados de la COVID-19. Afortunadamente, la psicología infantil dispone de herramientas basadas en la evidencia que permiten la evaluación y tratamiento tanto de forma presencial como telemática de los problemas psicológicos generados por la COVID-19.
En conclusión, la pandemia actual por COVID-19 y el confinamiento han sido, claramente, una amenaza para exacerbar alteraciones en la salud mental de los niños. Esto se produce dentro de una dinámica familiar afectada por una crisis económica y social. Aunque no se tiene aún una evidencia exacta de los efectos de la actual pandemia, los niños son una población vulnerable que requiere vigilancia e intervenciones de personal especializado. La atención de padres y cuidadores deben realizar esfuerzos para hablarle a los chicos con calma, escucharlos, vigilar lo que ven en televisión y en las redes, mantener la rutina diaria y alimentar su confianza para prevenir y/o minimizar los trastornos psicológicos que la situación actual puedan provocar.

Bibliografía
Espada, J. P., Orgilés, M., Piqueras J. A., y Morales A. (2020). Las buenas prácticas en la atención psicológica infanto-juvenil ante el COVID-19. Clínica y Salud. Avance online: https://doi.org/10.5093/clysa2020a14
Informe Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en la era del COVID-19. Evidencias y recomendaciones de las Asociaciones Profesionales de Psiquiatría y Psicología Clínica. Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental. Madrid, 2020. https://www.sepypna.com/documentos/2020_InformeCOVID_final.pdf
Pérez, A., Gregorio, R., et al. Impacto psicológico del confinamiento en la población infantil y como mitigar sus efectos: Revisión rápida de la evidencia. Anales de pediatría. 2020 Jul; 93(1): 57-58
Palacio-Ortiz JD, et al. Trastornos psiquiátricos en los ninos y adolescentes en tiempo de la pandemia por COVID-19. Rev Colomb Psiquiat. 2020. https://doi.org/10.1016/j.rcp.2020.05.006
Sprang, G., Silman, M. Posttraumatic stress disorder in parents and youth after health-related disasters. Disaster Med Public Health Prep. 2013 Feb;7(1):105-10. https//doi.org/10.1017/dmp.2013.22

Gabriel Ricardo Monti, médico especialista en medicina interna y terapia intensiva. Jefe de Área Crítica del Hospital Central de San Isidro Dr. Melchor A. Posse, Buenos Aires. Docente adscripto de Medicina Interna de la Facultad de Medicina de la UBA.

María Guillermina Cerizola, estudiante de Lic. en Nutrición en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Carolina Alejandra Santoro, especialista en intervención temprana. Asesora en lactancia, Fundación Multifamilias, provincia de Buenos Aires.

Diana Rosa Sar, médica oftalmóloga. Médica de planta del servicio de Oftalmología del Hospital San Juan de Dios de Ramos Mejía.

Se formaron en comunicación en salud en la Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), de la Asociación Médica Argentina (AMA).