A nivel mundial, aproximadamente el 39 % de los materiales plásticos producidos se utilizan como envases y embalajes de diversos productos, entre ellos alimentos, fármacos, cosméticos, productos de higiene personal, productos industriales, etc.
En el caso especial de los envases alimentarios se debe asegurar su aptitud sanitaria, es decir la inocuidad de su uso en contacto con este tipo de productos, según los requisitos de las legislaciones más consolidadas de las distintas jurisdicciones, como Australia-Nueva Zelanda, Canadá, China, EE.UU., Japón, el MERCOSUR, la Unión Europea.
Según las tendencias actuales, en el diseño de los envases alimentarios se debe prestar especial atención al uso de materiales aptos sanitariamente; que protejan los productos y aseguren su vida útil, minimizando el deterioro de alimentos; y que produzcan el menor impacto sobre el medio ambiente, tanto en su fase de producción, como, a posteriori de su uso, en su tratamiento final como residuos (envases sustentables).
Actualmente los envases alimentarios se consideran parte integrante de las tecnologías más consolidadas de preservación de alimentos, necesarias para lograr una mayor vida útil, con menor pérdida y desperdicio del producto. La pérdida de alimentos es la sumatoria de las mermas que se producen a lo largo de la cadena de valor agroalimentaria, desde la obtención de la materia prima (principalmente por medio de la agricultura, la ganadería y la pesca), hasta la manufactura final del producto y su distribución a los puntos de venta.
El desperdicio de alimentos se produce desde el momento de la compra por el consumidor en el punto de venta hasta el consumo en el hogar, generalmente por el deterioro de los productos sin consumir, o al alcanzarse la fecha de vencimiento. Los estudios nacionales e internacionales sobre pérdida y desperdicio de alimentos (food loss and waste (FLW)), en el marco de proyectos denominados en general “Save Food” (Ahorrar/Salvar alimentos), tienen como objetivo explorar estrategias para su disminución en las cadenas de valor agroalimentarias.
Este aporte de los envases alimentarios debe ser tenido en cuenta en el análisis de ciclo de vida (ACV) integral y normalizado del envase y embalaje a la hora de evaluar su impacto sobre el medio ambiente, teniendo en cuenta al mismo tiempo su performance tecnológica y los aspectos sanitarios. El ACV evalúa los inventarios tanto de las materias primas y la energía consumidas, como los residuos producidos en la cadena de valor del envase alimentario, y toma en cuenta la pérdida y el desperdicio de alimentos que se evitan con su uso. En el ACV se generan diversos indicadores de desempeño ambiental de un producto o servicio, como la huella de carbono (que caracteriza la producción de dióxido de carbono, gas con efecto invernadero), la huella hídrica, el efecto del uso de la tierra, la generación de contaminantes, etc. El análisis de estos indicadores permite evaluar qué aspectos de un producto o servicio pueden ser mejorados para minimizar su impacto sobre el medio ambiente.
Los materiales plásticos no son los principales constituyentes de los residuos sólidos urbanos (RSU). Si bien a nivel mundial los plásticos son evidentes por el volumen que ocupan, constituyen sólo el 10 % de la masa total de los RSU, los papeles y cartones el 17 %, y los desechos orgánicos, entre los que se incluye el desperdicio de alimentos, el 46 %, según la publicación de 2016 del International Water Management Institute (IWMI).
En ese mismo estudio se informa que en Ghana (país africano en vías de desarrollo al que pertenecen los autores citados), los porcentajes son el 12 %, 8 % y 60 %, respectivamente. Esto indicaría que cuanto más complejas son las tecnologías de envases y embalajes utilizadas, menos alimentos se desperdician, y por lo tanto, el porcentaje de residuos orgánicos en los RSU disminuye. En general, el porcentaje del contenido de papeles y cartones y el de los desechos orgánicos caracteriza los RSU de los países desarrollados, donde se registra un mayor porcentaje de desechos de papeles y cartones; y en vías de desarrollo, con un mayor porcentaje de desechos orgánicos. Según un estudio realizado en 2016 por la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los desechos de alimentos constituyen el 44 % en masa de los RSU; los plásticos, el 13 %; y los papeles y cartones, el 14%.
La mayor fortaleza de los plásticos convencionales (que son durables y no biodegradables) se percibe en los últimos años, justamente, como su principal desventaja. Ciertos aspectos de los materiales plásticos convencionales generan gran preocupación —basada tanto en datos objetivos como en percepciones subjetivas— en el público, la academia, las ONG y los gobiernos. Por ejemplo, que no son biodegradables ni compostables; consumen recursos naturales no renovables, como gas y petróleo); pueden generan contaminación terrestre y marina; y pueden fragmentarse en microplásticos, que son partículas plásticas de tamaño en un rango de 1 µm a 5 mm.
Por eso, en los últimos años se han planteado acciones en el ámbito voluntario para disminuir el impacto ambiental de estos materiales, por ejemplo, en 2020, el Pacto de EE.UU. por los Plásticos; en Latinoamérica, en 2020 el Pacto Chileno de los Plásticos; en 2023, el Pacto por los Plásticos – Colombia, entre otros.
También se han tomado iniciativas en el ámbito regulatorio. Por ejemplo, en la Unión Europea en 2019 fue sancionada legislación que prohíbe o limita el uso de ciertos objetos plásticos (o que contienen plásticos) de un solo uso, en forma progresiva durante los años subsiguientes; así como otras medidas legislativas más integrales como, en 2018 la Directiva (UE) 2018/852 – 7ª. Enmienda de la Directiva 94/62/CEE de 1994 sobre Envases y Residuos de Envases, y en 2020, el Plan de Acción de Economía Circular (CEAP), etc.
En este artículo se han analizado los aportes de los envases plásticos a la disminución de las pérdidas y desperdicio de los alimentos, y el impacto ambiental debido a su fabricación, uso y posterior desecho. En un próximo artículo se comentarán los avances logrados por algunas tecnologías tendientes a mitigar este impacto, impulsadas por acciones en el ámbito voluntario y regulatorio, así como sus ventajas y desventajas.
Alejandro Ariosti es ingeniero químico por la Universidad de Buenos Aires (UBA), máster en Ciencia y Tecnología de Alimentos (Universidad Nacional de Mar del Plata) y especialista en Tecnología de Transformación de Plásticos (Universidad Nacional de San Martín), profesor adjunto, Cátedra de Bromatología, Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA.
Bibliografía
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Ariosti, A.; Barbagallo, G.; Basso, N.; Leal,M.; Santucho,H.; Socolovsky, S. Duración de los alimentos: ¿qué sabemos? Aportes a la reducción del desperdicio de alimentos. Serie de Informes Especiales de ILSI-Argentina. Vol. IX, abril de 2021, Grupo de Trabajo Desperdicio de Alimentos. https://www.iccas.org.ar/es/publicaciones-es/download/5-ambiente/25-duracion-de-los-alimentos-que-sabemos-aportes-a-la-reduccion-del-desperdicio-de-alimentos
Norma ISO 14040 Gestión ambiental – Análisis del Ciclo de Vida – Principios y Marco de Referencia.
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Pacto Chileno de los Plásticos. https://fch.cl/wp-content/uploads/2020/01/roadmap-pacto-chileno-de-los-plasticos.pdf
Pacto por los Plásticos – Colombia. https://cempre.org.co/pacto-plasticos/que-es-el-pacto/