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Desde el primer procedimiento con final feliz, en 1984, la ovodonación permitió ser madres gestantes a mujeres que hasta el momento habían fracasado con otras técnicas. Pero esta revolución también acarreó una profunda interpelación colectiva: “No son mis óvulos, ¿es mi hijo?”. En las últimas décadas, la epigenética demostró que la interacción entre la madre receptora y el embrión obtenido a través de un óvulo donado puede definir características del niño por nacer.

La travesía, día 14. Tiene forma esférica y mide 130 micrones. Espera “sentado” en la trompa de Falopio el momento clave de la seducción. Sabe que unos 300 millones de células con cabeza ovalada y cola larga intentarán en carrera estrepitosa acercarse a él. Finalmente, la competencia se larga. De los corredores alistados en la largada, solo 400 llegan a la zona de conquista. Todos intentan derribar la pared, pero solo uno lo logra. Así, el espermatozoide más veloz consigue su objetivo: introducirse en el expectante óvulo. Este evento, que parece de manual, es tan natural como complejo y milagroso. Se llama fecundación y a veces necesita ayuda.

Fue hace poco más de 40 años cuando un tridente de investigadores ingleses obtuvo logros en el campo de la fertilización asistida de alta complejidad: el ginecólogo Patrick Steptoe, el fisiólogo Robert Edwards y la embrióloga Jea Purdy desarrollaron un método de laboratorio que consiste en unir el espermatozoide y el óvulo fuera del cuerpo materno. A esta técnica se denominó fertilización in vitro (FIV) y gracias a ella, en 1978 nació la primera “bebé de probeta” del mundo. En nuestro país, el primer nacimiento con estas características fue de mellizos, en 1986 en la ciudad de Buenos Aires, bajo la tutela del doctor Roberto Nicholson y su equipo. Por supuesto, el hito le valió a Nicholson el título de “padre de la fertilidad asistida en la Argentina”.

El avance de esta rama de la medicina no se detuvo y, como los hijos tan esperados, nacieron nuevas estrategias, entre ellas la ovodonación. Mediante este procedimiento, que también es una fertilización in vitro, se utiliza para la fecundación el óvulo de una mujer donante y luego el embrión se transfiere a la madre que lo gestará. El primer nacimiento mediante ovodonación en el mundo fue en Australia en 1984. Solo cuatro años después, en el Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (CEGyR) de Buenos Aires, el grupo de la doctora Ester Polack fue pionero en lograr un embarazo por ovodonación en Latinoamérica.

Los últimos datos del Registro Argentino de Fertilización Asistida (RAFA), de 2019, indican que, de aproximadamente 4.000 casos registrados de ovodonación, fueron transferidos cerca de 3.000 embriones, de los cuales más de 1.000 terminaron en embarazo.

Más allá de los dilemas éticos, morales y religiosos en torno a estos tratamientos, la evolución científica fue y sigue siendo espectacular. Sin embargo, los costos económicos son elevados y, para garantizar su acceso integral, en 2013 se sancionó y promulgó en la Argentina la Ley 26.862 de Reproducción médicamente asistida. La ovodonación está contemplada en su artículo 8°, que establece: “Deberá estar incluida en cada tratamiento (…); nunca tendrá carácter lucrativo o comercial”. En paralelo a este camino hacia la maternidad, surgió en las futuras gestantes el peso de una sombra: “No es mi óvulo. ¿Es mi hijo?” La ciencia comenzó a responder esta pregunta y la evolución en las investigaciones permitió dar una respuesta amable: “Sí, más allá de los genes, es tu hijo”.

CON USTEDES, SU MISTERIOSA MAJESTAD: LA EPIGENÉTICA

En la primera mitad del siglo pasado, explicar el porqué de muchas patologías con solo enumerar los antecedentes ya no alcanzaba. En la ciencia, el trono reservado a esas revelaciones aún estaba vacante. Hasta que el poderío intelectual del biólogo americano Conrad Hal Waddington ubicó en la silla de su Majestad a una disciplina por entonces desconocida, con la que ya había coqueteado en territorio de la biología molecular y a la que estaba invitando al escenario de la genética. Esa nueva reina fue coronada y se llamó Epigenética.

Roxana Botto, médica genetista, quien se desempeñó en el CEGyR, señaló que “la epigenética es uno de los descubrimientos más importantes del siglo XX. Esta disciplina nos permite explicar todos aquellos mecanismos que van a modificar la expresión de los genes, pero sin alterar la secuencia de ADN. Su aparición generó un gran revuelo porque por mucho tiempo en el ámbito de la ciencia y, aún hoy día, se tiene la idea de que somos y estamos condicionados y predeterminados únicamente por nuestra carga genética”.

Los últimos datos del Registro Argentino de Fertilización Asistida (RAFA), de 2019, indican que en centros acreditados por la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR), las tasas de embarazo con ovodonación llegan casi al 41 % en las mujeres entre 35 a 40 años (contra 28 % de casos con óvulos propios) y en las mayores de 40 años casi al 37 % (contra 16 % con óvulos propios).

Según la especialista, “la epigenética nos permite explicarles a los pacientes que, en cierto modo, nosotros podemos ser hacedores de nuestro destino, modificarlo y generar algunos cambios. Tenemos un claro ejemplo de ello en las patologías multifactoriales como la diabetes y la hipertensión. No siempre vemos que hijos de padres diabéticos o hipertensos sí o sí van a desarrollar estas enfermedades”.

La profesional aseguró, además, que “sin duda, la manera en la que vivimos va a inclinar la balanza hacia el lado de la enfermedad o de la salud. Así, la epigenética considera otros factores vinculados con la alimentación, la realización de actividad física o no, y hasta factores socioculturales, emocionales y psicológicos. Esta disciplina llegó para afianzar la idea de que los estilos de vida pueden influir en los genes”.

El protagonismo en ascenso de la epigenética también se despliega en el escenario de la ovodonación. En este sentido, la doctora Botto señaló: “Cuando el especialista en fertilidad ofrece a una pareja la donación de óvulos como técnica de reproducción, la pregunta casi obligada es: ‘Pero, ¿será hijo mío?’. Esto tiene que ver con el denominado duelo genético, el pensar que como yo no pongo el óvulo, no va a ser mi hijo. Acá nos viene como ‘anillo al dedo’ la idea que aporta la epigenética en cuanto al rol que cumplen el entorno, hábitos de la madre gestante y todo aquello que puede inducir a que en el embrión se expresen o se inhiban ciertas funciones puntuales que pueden dar lugar a modificaciones.”

La médica genetista enfatizó que “hábitos saludables en la madre receptora y un medio sociocultural armónico, son tan o más poderosos que la carga genética contenida en el núcleo de un óvulo. El ambiente tiene un efecto muy potente sobre el desarrollo del embrión, a tal punto que decimos que la madre gestante tiene influencia sobre la genética. Eso ya es un hecho explicado y totalmente fundamentado gracias a la epigenética”.  

Esta última aseveración, muchas veces ignorada por quienes se debaten entre óvulos donados o abandonar el intento de la maternidad, deja entrar un atisbo de luz en la sombra del duelo genético y delinea una ruta a seguir en la que la esperanza y la oportunidad llevan la delantera. “Hay que considerar que las parejas que llegan a la instancia de ovodonación lo hacen con una carga emocional y un desgaste físico enorme”, describió la doctora Botto y agregó: “Vienen, quizá, de años de búsqueda y de fracasos. Están en cierto modo desahuciados, pensando que ya no tienen ninguna chance”.

Los últimos datos del Registro Argentino de Fertilización Asistida (RAFA), de 2019, indican que de todos los casos registrados de ovodonación, se transfirieron el 36 % de los embriones. El embarazo se logró en el 38 % de los casos en centros acreditados por la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR).

Finalmente, la genetista manifestó: “Hay una pregunta que me gusta que me hagan mis pacientes, porque tengo una respuesta: ‘¿Voy a lograr tener ese hijo que tanto deseo?’ Y yo les respondo que sí, porque las posibilidades de éxito con esta técnica son altas. La ovodonación y la donación de semen dan a estas personas la oportunidad de tener un hijo. Realmente es algo que me emociona, porque hemos tenido grandes respuestas a quienes venían años buscando, con muchas pérdidas o con hijos nacidos y fallecidos. A todos ellos la ovodonación les ha dado una respuesta enorme y han podido cumplir este gran anhelo.”

TARDA EN LLEGAR Y AL FINAL HAY RECOMPENSA

En 2003, Jorgelina tenía un futuro profesional prometedor, un amor y un deseo. También tenía una enfermedad. A los 33 años le habían diagnosticado un cáncer de mama avanzado. Confirmación médica mediante, su fortaleza de roble mantuvo intacto el futuro profesional prometedor; Oliverio, su amor, permaneció a su lado. Y el deseo de ser mamá también se quedó con ella. “Como debía continuar el tratamiento oncológico, no tenía permitido el embarazo. Estábamos inscriptos en el registro de adoptantes, pero el tiempo pasaba y no había noticias. Mi marido estaba dispuesto a relegar la paternidad por amor. Sin embargo, yo no me resignaba”, confesó Jorgelina al brindar su testimonio.

P: -¿Cómo supo que la ovodonación podía ser una opción?

J: -Lo primero fue consultar a un especialista en fertilidad, quien nos informó las opciones. Mencionó la ovodonación como última instancia. Primero hicimos 2 procedimientos de baja complejidad, que fallaron. El paso siguiente era la fertilización in vitro con mis óvulos. Pero por mi edad y las quimioterapias previas, el panorama no era muy alentador. Sin embargo, este procedimiento pasó a ser para mí la mejor opción y realmente una oportunidad.

P: ¿Les generó dudas el procedimiento?

J: -El procedimiento en sí mismo no nos generó inquietudes. En ese momento teníamos clarísimo el objetivo. El miedo estaba no por la ovodonación, sino por mi salud, teniendo en cuenta que suspendí el tratamiento oncológico. A veces me sentía egoísta. Muchas veces me pregunté si estaba tomando decisiones acertadas. “¿Qué pasa si tengo una recaída?” “¿Y si me muero?”. Pero el deseo de ser padres era tan fuerte que lo superaba todo. Y esa fuerza nos impulsaba a dejar los temores de lado y focalizarnos en tener a nuestro bebé.

¡Y nació Joaquina! Ya era agosto de 2013. Había pasado una década desde el diagnóstico oncológico de Jorgelina y ahora ella tenía un presente profesional consolidado, dos amores y un deseo cumplido. “A menos de dos años de su nacimiento, tuve una recaída, pero con tratamiento la pude superar y estoy muy bien. Pasaron ocho años y Joaquina es el centro de nuestras vidas. No nos arrepentimos de nada”, confesó.

P: – ¿Qué mensaje les transmitiría a otras parejas que están pensando en la ovodonación?

J: -La mayoría de las parejas a las que les proponen la ovodonación, en general no es por una cuestión de salud como fue en mi caso, que tenía una patología oncológica. Por lo tanto, quizás en ellos lo genético sea un tabú. Les aconsejo que no se cierren, que no vean esto como un fracaso. Tener opciones nunca es un fracaso porque cada opción es una oportunidad. Un hijo es un hijo, más allá del aporte genético.

Alejandro Nitsche, Laura Raiti, Gilda Santarsiero, Lilia Velázquez

Alejandro Nitsche es médico especialista en Reumatología, jefe del Servicio de Reumatología del Hospital Alemán, Buenos Aires. Excoordinador del Grupo de Estudio de Esclerodermia de la Sociedad Argentina de Reumatología. Integrante del Grupo de Trabajo de Trasplante Autólogo de Células Progenitoras Hematopoyéticas para Esclerodermia del Hospital Alemán. Periodista especializado en salud, Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), Asociación Médica Argentina (AMA).

Laura Raiti es especialista universitaria en Reumatología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), especialista en Clínica Médic, miembro de la Sociedad Argentina de Reumatología (SAR) y del Grupo de estudio del síndrome de Sjögren . Periodista especializada en salud, Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), Asociación Médica Argentina (AMA).

Gilda Santarsiero es técnica universitaria en Periodismo, Universidad Católica Argentina (UCA). Fue corresponsal del diario La Nación en San Carlos de Bariloche (2005-2007) y actualmente trabaja en el área de Comunicación Externa de la Fundación Instituto de Tecnologías Nucleares para la Salud – Intecnus (Centro Atómico Bariloche – Comisión Nacional de Energía Atómica). Actualmente se forma como periodista médica en la Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), Asociación Médica Argentina (AMA).

Lilia Mariela Velázquez es médica especialista en Cardiología Adultos y en Cardiología Infantil. Docente de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP). Periodista especializada en salud, Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), Asociación Médica Argentina (AMA).