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La lista actualizada de enfermedades de la OMS, de 2022, considera esta adicción como una enfermedad mental, y conviene conocer las señales de alerta para evitar un diagnóstico tardío. Revisemos los síntomas que exhiben los menores y adolescentes.

Presentan un patrón del sueño alterado o disminuyen las horas de sueño para realizar la conducta adictiva.
Tienen el apetito alterado, comen rápido y mal para seguir jugando.
Descuidan la higiene personal.
Cambian sus actividades de ocio o actividades deportivas y dejan de lado cosas que habitualmente hacían.
Descienden en su rendimiento académico.
Exhiben irritabilidad cuando no pueden jugar.
Cambian su estado de ánimo, están más tristes, se encierran en sí mismos y rechazan cualquier tipo de pregunta que pueda hacérseles.
Comienzan a hurtar dinero u objetos de valor en la familia, o en casas de amigos y conocidos.

Como señala la psicóloga general sanitaria y doctora en Psicología por la Universidad de Barcelona, Cristina Giner, “antes, los chicos querían ser futbolistas, pero ahora quieren ser gamers”. “Más de la mitad juega a videojuegos designados por el sistema de clasificación europeo Pan European Game Information (PEGI), como no adecuados para menores de 18 años. Esto hace que se expongan prematuramente a temáticas de excesiva violencia que influyen de manera negativa en su correcto desarrollo emocional y psicológico”, agrega.

Giner, quien es especialista en adicción al juego y trastornos de la conducta, puntualiza que, como en la mayoría de las adicciones, influyen tres factores:

  • Factor social: dado que son de muy fácil acceder hoy en día, además “permiten vincularse y socializar online con otros jugadores”. Pero, claro, no se trata de una socialización normal, deseable, como la que debe tener un adolescente.
  • Factor psicológico: hace referencia a cómo los adolescentes enfrentan sus propios problemas y emociones, y cómo abordan sus necesidades de evasión.
  • Factor biológico: intervienen ciertas vulnerabilidades biológicas, como el caso de la desregulación en la actividad de ciertas regiones cerebrales.

Con lo que se requiere:

  • Establecer límites y supervisión: es importante que los padres establezcan límites claros sobre el tiempo frente a la pantalla y supervisen las actividades en línea de sus hijos. La comunicación abierta y honesta también es esencial para comprender las preocupaciones y necesidades de los adolescentes.
  • Fomentar actividades fuera de línea: animarlos participar en otras actividades, como deportes, arte o eventos sociales, que pueden ayudar a equilibrar su tiempo y reducir la dependencia de la tecnología.
  • Buscar ayuda profesional: si la ciberadicción está afectando significativamente la vida de un adolescente y su relación con la familia, puede ser útil buscar la ayuda de profesionales de la salud mental o terapeutas especializados en adicciones digitales. Es importante abordarla desde una perspectiva equilibrada, reconociendo los beneficios de la tecnología, pero al mismo tiempo establecer límites saludables para garantizar un desarrollo integral y relaciones familiares positivas.

En el Hospital Maternoinfantil Sant Joan de Déu, de Barcelona, los psicólogos clínicos Josep Lluís Matalí y Elena Flores expresan que el riesgo de desarrollar una adicción tiene que ver con: cuanto más joven es quien se inicia mayor es el riesgo, a lo que se suma la inestabilidad afectiva, la inseguridad y la depresión, una baja autoestima, personalidad de tipo inseguro, timidez extrema, soledad, presencia de algún déficit del entorno familiar, baja supervisión de los padres y desconocimiento de los riesgos que entrañan las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).

A los terapeutas sistémicos les gusta definir su trabajo como un baile, donde están involucrados el paciente, la familia y el terapeuta. El más lúdico de ellos ha sido el psiquiatra estadounidense Carl Whitaker, pionero en terapia familiar, quien explica esta circunstancia en el título de unos de sus libros: “Danzando con las familias”. Hay algo en la danza como metáfora que se adecua a una terapia relacional activa, en la que ambas partes acoplan sus respectivos ritmos sin renunciar a iniciativas. En todo sistema familiar existen aspectos valiosos y positivos que siempre se aprecian; y negativos y antipáticos que disgustan. Es en estas dos últimas que se debe detectar la disfuncionalidad. Por eso la familia es la influencia más temprana y duradera para el proceso de sociabilización de los niños. En buena medida determina la respuesta de sus integrantes entre sí y hacia la sociedad. Su estructura está constituida por las pautas de interacción que se establecen entre sus miembros dentro del sistema familiar, de manera recíproca, reiterativa y dinámica.

CÓMO SE DEBE TRATAR LA ADICCIÓN

El control y el apoyo de los padres, como la terapia psicológica, son básicos para tratar esta adicción. Cuando existe una base biológica muy marcada y el tratamiento anterior no funciona, tratamientos como la estimulación cerebral no invasiva han demostrado ser eficaces, ya que esta técnica permite al adolescente modular la excitabilidad de la corteza cerebral, modificando el patrón de funcionamiento de las regiones que no marchan adecuadamente. Por otra parte, se pueden mantener sus efectos a largo plazo, lo que repercute positivamente en el tratamiento de la adicción y reducción de los síntomas.

Según el psiquiatra italiano y terapeuta familiar Luigi Cancrini Bevoacqua, especializado en materias tales como adicciones, entre otras, la escucha es fundamental, sobre todo en el sistema familiar. Ser padres en la actualidad resulta cada vez es más complicado que en el pasado. La sociedad avanza hacia altos grados de permisividad; hoy más que nunca muchos padres se encuentran perdidos, se debaten cada vez más entre ser “padres autoritarios” o “colegas” o “amigos”.

Laura R. C. Deluca es licenciada en Psicología clínica y social (Univeridad J. F. Kennedy), especializada en terapia familiar en la Escuela Sistémica Argentina; especializada en el Hospital de Sant Pau i de la Santa Creu, Universidad Autónoma de Barcelona, España; psicooncóloga por la UCES. Se formó en periodismo médico y salud de la Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM), de la Asociación Médica Argentina (AMA).