Casi permanentemente estamos conectados a internet mediante computadoras, tablets, smartphones, redes sociales, chats, páginas de contactos y más. Las cuarentenas y aislamientos sociales impuestos por la pandemia no han hecho más que incrementar estos tiempos de exposición, agravando las tecnodependencias ya existentes, y alentando el surgimiento de ellas en otras personas, mayoritaria aunque no exclusivamente, en niños y adolescentes. No saber establecer límites puede producir ansiedad, estrés y alteraciones en las conductas, además de profundizar el aislamiento.
Hemos sido atravesados en este último año por profundas modificaciones en lo que al uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) se refiere; primordialmente por la internet, esa puerta al mundo que no mide espacio ni tiempo, donde no hay que pedir permiso y en la cual podemos interactuar y acceder a distintos tipos de conocimiento en un espacio virtual, “el ciberespacio”, muy distinto al “espacio físico”.
Si bien convivimos con las tecnologías de la información ya desde la década de 1960, el surgimiento de muchas nuevas y avasallantes tecnologías y dispositivos en estos últimos cuarenta años nos ha ido determinado según la generación a la que pertenezcamos en inmigrantes digitales, obligados a adaptarnos para conocer su funcionamiento y demás aspectos; luego los que más aplican su uso, los millennials, nacidos entre los años 80 y mediados de los 90 del siglo pasado; para culminar con la generación Z o nativos digitales, nacidos en pleno boom de estas posibilidades tecnológicas.
Así, para los inmigrantes digitales ha sido todo un desafío aprender un lenguaje virtual; debieron incorporar a su vocabulario cotidiano términos como internauta, persona que navega por internet; streaming, que hace referencia a la visualización de vídeos o música en tiempo real a través de una serie de plataformas destinadas a tal fin, gamer, individuo que juega habitualmente a los videojuegos, y dedica a ello gran cantidad de horas… y tantos otros.
Se vive, entonces, una nueva realidad donde la internet ha producido un aceleramiento trascendental, facilitando y simplificando tareas con acceso a las redes, que posibilitan estar en comunicación permanente y contar con todo tipo de información para desarrollarse en el ámbito personal, familiar, laboral y social.
Lo cierto es que desde que se iniciaron las cuarentenas y aislamientos para contrarrestar al SARS-CoV-2 la humanidad pasa cada vez más horas frente a las pantallas de las computadoras, de los teléfonos inteligentes, tablets, videojuegos y otros artefactos pertenecientes al mundo online. La hiperconectividad nos ha cambiado la vida, las relaciones y las formas de conducirnos con algunos hábitos adquiridos en este último año.
´VIEJO´ PROBLEMA REDOBLADO EN CUARENTENA Y AISLAMIENTO
Ya en 1998, Kimberley Sue Young O´Mara advertía sobre la aparición de un nuevo trastorno clínico: “Algunos usuarios en línea se están volviendo adictos a Internet, lo que resulta en impedimentos académicos, sociales y ocupacionales”, a lo que agregaba: “De todos los diagnósticos a los que se hace referencia en el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales-IV (DSM-IV), el juego patológico se considera el más parecido a la naturaleza patológica del uso de Internet”.
Un año más tarde, la investigadora estadounidense propuso cinco diferentes tipos: adicción computacional, específicamente a juegos en línea, excluyendo juegos de azar; sobrecarga de información, navegación compulsiva por diferentes sitios, incluso con múltiples ventanas a la vez; compulsiones en red, que implica gastos considerables de dinero en sitios de apuestas y compras online; adicción cibersexual, acceso a pornografía y a relaciones sexuales facilitadas por internet; y adicción a las ciberrelaciones, mediante el uso de redes sociales. Young O’Mara fue profesora de Psicología en la Universidad de Pittsburgh en Bradford y, hasta su muerte, acaecida en 2019, se desempeñaba en la Universidad St. Bonaventure. En 1995 había fundado el Centro de Adicciones a Internet.
En consecuencia, cada vez más los psicólogos y psiquiatras advierten sobre la pérdida de control en ciertas conductas relacionadas con las nuevas TIC, que tienen la característica de producir dependencia y que podrían desencadenar adicciones. “De hecho, en estos meses son muchos los que se han volcado a los nuevos hábitos de la internet, donde también podemos sumar la televisión adherida a los demás objetos nombrados anteriormente”, señaló Elisardo Becoña Iglesias, investigador del Departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Universidad Santiago de Compostela.
Por su parte, Alejandro Andersson, médico neurólogo y director del Instituto de Neurología Buenos Aires, explicó que al estar conectados tanto tiempo a estos dispositivos, se generan los mismos circuitos de dopamina que estimulan el consumo problemático de sustancias y la adicción al juego o ludopatía. La dopamina es un neurotransmisor del sistema nervioso central que actúa como mensajero químico en el cerebro y es conocido como la hormona de la felicidad. Agregó Andersson que, cuando se está desconectado, este circuito se apaga y la persona se deprime, como si fuera un estado de síndrome de abstinencia de sustancias.
La repercusión del medio tecnológico puede influir en el mecanismo complejo de la atención, los procesos de memoria y la cognición (adquisición de conocimiento-conocer); por medio de la memoria transactiva, concepto que fue desarrollado hace unos cuarenta años por el psicólogo Daniel Wegner, de la Universidad de Harvard, ya fallecido, para describir que no solo almacenamos datos en nuestro propio cerebro, sino que también lo hacemos usando el de otras personas, esto se logra recordando menos datos, porque sabemos dónde encontrar la información que se busca. En este caso, un ejemplo serían los links de búsqueda de internet, que nos permiten acceder a la información de modo relativamente sencillo y ágil, disminuyendo así el esfuerzo mental para hallar datos. Internet se ha convertido en una fuente primaria de memoria externa, donde la información se almacena colectivamente fuera de nosotros mismos. El gran almacén de datos tecnológicos-digital y sus motores de búsqueda, conocidos por los psicólogos como el “efecto Google”, puede producir alteraciones en el proceso de aprendizaje y en el desarrollo que se genera cuando una persona adquiere conocimientos que no suponen ninguna dificultad, de forma constante.
A su vez, Daniel Bistrisky, médico neurólogo, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés, explicó que todos contamos con un dispositivo atencional que es racional emotivo y, para que se produzca una atención plena, tiene que estar siempre presente lo afectivo. Asimismo, se refirió a la dispersión de la presencia que se produce en la era tecnológica, en los hiperconectados, llamados sujetos de rendimiento, con el efecto de estar en varios lados pero en ninguno a la vez, lo que puede dar origen a un síntoma patológico. “Nos hemos acostumbrado a situaciones tecnomediadas, en la cantidad de veces que cada uno de nosotros mira o revisa el celular como una extensión de nuestra propia corporalidad”, dijo.
¡NO PUEDO QUITAR LOS OJOS DEL CELU!
En el presente, invadidos por la big data, se tiene la necesidad casi compulsiva, de entrar continuamente a Facebook o Instagram con la ansiedad de estar perdiéndose algo de lo que está pasando en las redes sociales relacionado con las personas a las cuales se sigue (miedo de perderse). El doctor Bistrisky destacó también la preocupación que genera la “nomofobia”, que es la necesidad de tener el móvil siempre cerca, por el temor permanente a que se termine la batería antes de llegar al lugar de destino, o bien, a no tener señal; así como la vibración fantasma, mejor conocida como “llamada fantasma”, es decir, la sensación de que el móvil vibra o suena cuando en realidad no lo hace. “Conductas adictivas en mayor o menor medida las tenemos. Son situaciones habituales en una sociedad que tiende a mantenernos hípervigilantes”, manifestó.
“Con el aislamiento social como problema, la comunicación tecnomediada, la salida a un mundo nuevo y distintas transformaciones están atravesadas por un estrés psicosocial. La presencia física es imprescindible e irremplazable, deberíamos pensar en generar un cambio para lo que se viene”, concluyó.
Por su parte, Leticia Luque, doctora en Ciencias de la Salud, licenciada en Psicología, analista de Sistemas de Información, profesora e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, sostiene la utilización del término tecnodependencia para referirse al uso problemático de las TIC y su dependencia psicológica. “Usar o consumir tecnologías no es en sí problemático, es una conducta que consideramos normal dentro de la sociedad actual”, señaló, a la vez que advirtió: “No obstante, esta conducta, como otras, puede convertirse en patológica al realizarse de forma excesiva. Cuando ello ocurre, nos encontramos frente a una “adicción comportamental”. La diferencia entre las adicciones a sustancias y las psicológicas es que las segundas involucran comportamientos que todos realizamos, están socialmente aprobados e incluso favorecidos, y esto dificulta tanto la detección como el tratamiento. Son conductas habituales como jugar, comer, trabajar, comprar, pero que se tornan problemáticas si se ejecutan compulsivamente”.
En relación a la adicción a los videojuegos, debe destacarse que hay quienes hacen un uso adecuado de ellos, como entretenimiento y, de hecho, pueden señalarse aspectos positivos relacionados con habilidades cognitivas y sociales producidas por su aplicación, como sostuvieron los investigadores Isidro Moreno Herrero, de la Universidad Complutense de Madrid, y José Antonio García Serrano, de la Universidad Antonio de Nebrija. No obstante, hay quienes invierten una cantidad de horas excesivas, gastan dinero y presentan comportamientos no deseables, ocupando demasiado tiempo de su vida diaria con el objetivo de ganar cada juego produciendo así consecuencias negativas en la salud.
“Otros vuelcan la mayor parte del tiempo a la conexión a internet compulsivamente produciendo cambios drásticos en sus hábitos de vida, lo que incluye alimentación, higiene, horas de sueño, actividad física y todo lo que pueda sacarles tiempo en la utilización de las redes”, destacó, a su vez, Luque.
Un problema para destacar muy especialmente es el de las infancias y adolescencias, que ha sido advertido en la gran mayoría de países. Así, por ejemplo, en España los datos muestran que, actualmente, el porcentaje de niños y adolescentes que hacen un uso problemático de Internet es del 9 o 10%, porcentaje que se ha visto aumentado en los últimos cinco años, en el que casi se ha triplicado. Con el confinamiento se ha visto aumentado exponencialmente el uso de pantallas entre niños y adolescentes y, en algunos casos, las familias han sido más laxas a la hora de permitir su utilización. “Algunos padres y madres, para favorecer la convivencia, entretener a sus hijos y poder teletrabajar con más tranquilidad, han sido más permisivos en el uso de Internet, redes sociales y videojuegos durante el confinamiento”, explicó Rosa Díaz, psicóloga clínica del Servicio de Psiquiatría y Psicología Infantil y Juvenil del Hospital Clinic de Barcelona, en una entrevista reciente con El diario de la Educación.
La tecnología en pandemia ha cambiado inexorablemente nuestro mundo físico, social y todas las áreas de nuestro ser integral. Pero no por ello es inexorablemente nociva; lo nocivo radica en el uso que se le da y que va más allá de la necesidad o comodidad de usarla. Cada uno de nosotros somos responsables de ejecutar una conducta adecuada frente a ellas, sin que esto implique un riesgo para la salud.
Laura Bazán es consultora psicológica ontológica, acompañante terapéutica universitaria, Universidad CAECE, con posgrado en Liderazgo Organizacional y Programación Neurolingüística, Universidad de Belgrano, y estudiante de la Licenciatura en Psicología, UdeMM.
Se formó como comunicadora en salud en la Sociedad Argentina de Periodismo Médico (SAPEM) de la Asociación Médica Argentina (AMA).
Fuentes
Andersson, Alejandro. https://www.facebook.com/neurologia.inba/
Barrón, Margarita. Adicciones. Nuevos paraísos artificiales. Indagaciones en torno de los jóvenes y sus consumos. Editorial Brujas. Buenos Aires, 2014.
Becoña Iglesias, Elisardo; Cortés Tomás, Maite. Manual de adicciones para psicólogos especialistas en psicología clínica en formación. SOCIDROGALCOHOL. Martín Impresores, S.L., Valencia, 2016.
Bistrisky, Daniel. Conversatorio organizado por EFESI Rosario, 30 de octubre de 2020.
Young, Kimberley S. (1998). Internet addiction: The emergence of a new clinical disorder. CyberPsychology & Behavior, 1(3), 237–244. https://doi.org/10.1089/cpb.1998.1.237.
Young, Kimberley. The research and controversy sorrunding internet addiction. CyberPsychology & Behavior. Oct 1999.381-383. http://doi.org/10.1089/cpb.1999.2.381. Re-published in Volume: 2 Issue 5: January 29, 2009