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La tuberculosis no puede ser considerada una enfermedad del pasado, ya que la emergencia de cepas resistentes a las drogas antituberculosas, la pandemia de SIDA y la pobreza, entre otros, han contribuido a un incremento en la morbimortalidad. Un grave problema hoy es que los fracasos en los programas de control, las fallas en la supervisión del tratamiento y el incumplimiento por parte de los pacientes han generado resistencia a las drogas de primera línea disponibles.

La tuberculosis (TBC) es una de las enfermedades más antiguas y posee estrecha relación con la historia propia de la humanidad. No soy un experimentado historiador pero creo que sus orígenes datan de los años 3700 antes de Cristo en Egipto, y pudiera ser una de las plagas descritas para la época, solo opacada por la lepra, a la que la Biblia hizo saltar a la fama, dejando la TBC de lado.
En el mundo no hubo manera de lidiar contra esta enfermedad hasta que Robert Koch descubrió su agente causal, a lo que luego sobrevino la vacuna BCG y el desarrollo de las drogas antituberculosas.
Pero lo más lamentable es que la tuberculosis no puede ser considerada una enfermedad del pasado, ya que en la actualidad es un problema de salud pública a nivel mundial y nacional. En ese sentido, la emergencia de cepas resistentes a las drogas antituberculosas, la pandemia del SIDA y la pobreza, entre otros, han contribuido a un incremento en la morbimortalidad.
La mayoría de las investigaciones se han enfocado en mejorar las estrategias epidemiológicas de control y prevención. Incluso con el descubrimiento de la secuencia completa del genoma del Mycobacterium tuberculosis ha sido posible ampliar el campo de las investigaciones en la búsqueda de nuevas técnicas de diagnóstico molecular y tipificación genética pero parece que nada es suficiente.
La TBC era poco frecuente en América y se cree que fue introducida al continente por los inmigrantes europeos. Sin embargo, el hallazgo de ADN de M. tuberculosis en momias peruanas hace suponer que existió en la era Precolombina. A pesar de que estas civilizaciones conocieron la TBC y recogieron sus principios generales, su elemental cura radicaba en el consumo de alimentos como leche, carnes y vegetales, así como en el descanso del individuo enfermo.
Posteriormente, durante la Revolución Industrial fue la principal causa de muerte en países europeos, y representó la primera gran epidemia que se extendió hasta mediados del siglo XX. El 24 de marzo de 1882 se hizo público el hallazgo del bacilo ante la Sociedad de Fisiología de Berlín y, desde entonces, en esa fecha se celebra el día mundial de la TBC.
El descubrimiento de la vacuna BCG, realizado por Albert Calmette y Camille Guérin, y el desarrollo de drogas como la estreptomicina, la isoniazida y pirazinamida, a mediados del siglo XX, contribuyeron con el control de la enfermedad. Sin embargo, a partir de 1985, la pandemia del SIDA, la aparición de cepas resistentes, las migraciones masivas y el aumento de la pobreza, principalmente en Asia y África, han favorecido el incremento de la morbilidad y mortalidad en el mundo, siendo considerada una enfermedad re-emergente.
En el año 2000 se creó la Alianza Mundial Alto a la Tuberculosis, compuesta por más de 500 países y organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, cuyo objetivo es fortalecer el control de la TBC. En la actualidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que había 2 mil millones de individuos infectados en 2007, con una incidencia de alrededor de 9,7 millones de nuevos casos. En las Américas se reportaron 370 mil nuevos casos y 53 mil muertes por tuberculosis. La tasa de incidencia estimada para la región es de 43 casos por cada 100.000 habitantes. Adicionalmente, se reportaron 1,37 millones de nuevos casos de TBC asociados a pacientes VIH positivos.
Pero el problema más grave no es ese, sino que el tratamiento para la TBC se basa en un régimen terapéutico de primera línea, con el uso de la isoniazida, rifampicina, pirazinamida, estreptomicina y etambutol, que seguramente debido a fracasos en los programas de control, fallas en la supervisión del tratamiento e incumplimiento de tratamiento por parte de los pacientes han generado resistencia a esas drogas. La resistencia puede ser primaria o adquirida. La resistencia primaria es la infección por una cepa resistente en un paciente que nunca ha recibido tratamiento, mientras que la resistencia adquirida es aquella que se desarrolla en pacientes que han recibido terapia antituberculosa previamente.
La tuberculosis multirresistente a drogas (TBC-MDR) se produce cuando las cepas de M. tuberculosis no responden a los tratamientos con la isoniazida y la rifampicina. En años recientes, la situación se ha agravado con la aparición de cepas extremadamente resistentes (XDR), ya que presentan resistencia a las drogas de primera y segunda elección. En la actualidad, 58 países han confirmado al menos 1 caso de TBC por cepas XDR. La diseminación de estas cepas constituye un grave problema en el control de la transmisión de la TBC en el mundo.
Por suerte, en la Facultad de Farmacia y Bioquímica un grupo de investigadores  liderado por los doctores Diego Chiappetta y Marcela Moretton han desarrollado nuevas tecnologías para el abordaje de este flagelo que no nos deja en paz desde hace milenios, tema que se aborda en la nota que completa este panorama especial para conmemorar el Día Mundial de la Tuberculosis.

Eduardo Lagomarsino es doctor en Farmacia por la Universidad de Buenos Aires; profesor titular de Farmacia Clínica y Asistencial de la Facultad de Farmacia y Bioquímica, UBA; farmacéutico clínico del Hospital de Pediatría Prof. Dr. Juan P. Garrahan y miembro de la Asociación Argentina de Medicina y Cuidados Paliativos.